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Hablillas

La estantería

En cualquier caso, se trata de unas propuestas atractivas, útiles y llenas de entusiasmo, sentimiento propio de los seres humanos

Publicado: 13/11/2022 ·
20:41
· Actualizado: 13/11/2022 · 20:41
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Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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En el intermedio de los programas de televisión, los anuncios copan la pantalla hasta la desesperación, uno tras otro como en fila india, saltando de un contenido a otro de forma deliberada aunque no lo parezca, una serie interrumpida varias veces por el tráiler de una película o una serie a lo largo de los minutos establecidos por la ley en lo referente a promociones publicitarias y que no parece cumplirse por la pesadez de la tanta insistencia. Y hay de todo, la crema facial más cara, el último modelo de coche, la firma de moda más trendy o las nuevas zapatillas con diseño ergonómico hasta el producto menos pensado y al mismo tiempo imprescindible. Si embargo, hay algunos cuyo mensaje se advierte a través la capa fina de un argumento entrañable, una especie de regalo, como ocurre en el que aparece el titular de hoy, un mueble presente en todas las casas. En el anuncio, una familia decide trasladar su estantería al portal del edificio donde viven. Durante el montaje, los vecinos muestran cierto desagrado entre el silencio de sus miradas encontradas. Es lo que sucede cuando la incertidumbre está vacía de curiosidad, cuando la mente piensa con prejuicios sin tener en cuenta el curso de las circunstancias, del proceso de los hechos.

Cuando el mueble está montado empiezan a colocar los libros leídos y disfrutados por ellos para compartirlos con la comunidad, facilitando el espacio en su casa y ofreciendo una alternativa al entretenimiento. Yendo un poco más allá, podemos advertir una cita futura para comentarlos. En fin, un anuncio con tantas lecturas como los volúmenes que van colocando en los estantes, una iniciativa para copiarla. Sin embargo, no imaginamos algo así, porque esto solo ocurre en microespacios como el comentado, y si así fuera no pasaría de las caras incrédulas de los vecinos, de los chismorreos a media voz y un montón de quejas anónimas en el propio buzón con apercibimiento de mudanza, de quitar semejante tiesto cuanto antes.

Al llegar a este párrafo aparece la furgolibro, aquel vehículo conducido por una mujer que va prestándolos o vendiéndolos de pueblo en pueblo a muy bajo precio, los expositores en los pasillos de algunas bibliotecas y la más atrevida, libros apilados en las paradas de autobuses, regalándolos si se dejan otros. Ignoramos si estas iniciativas continúan y como no podía ser menos, también existe una aplicación gratis que posibilita el intercambio y, en consecuencia, el chateo, la conversación escrita para concertar encuentro donde mejor convenga la entrega.

En cualquier caso, se trata de unas propuestas atractivas, útiles y llenas de entusiasmo, sentimiento propio de los seres humanos.

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