José Luis Ruiz enciende los hachones del Lunes Santo
La XVI Exaltación al Lunes Santo se erigió en un canto a la unión cofrade, a Cristo y a su Madre
El curtido cofrade José Luis Ruiz Miranda, profundamente ligado a las hermandades de las Tres Caídas y de Nuestra Señora del Rocío, ha sido este año el orador de la Exaltación al Lunes Santo, que esta edición cumplía dieciséis primaveras.
El orador comenzó hablando del milagro que se forjó en los talleres de Castillo Lastrucci para dar vida a la imagen de la Amargura, la reina del Lunes Santo: “Yo no sé qué es lo que vio el prolífero imaginero dentro de aquel sencillo y humilde madero, pero tuvieron que ser como manos de querubines celestiales los que deslizaran con suavidad las gubias, los pinceles, las resinas para que una cara tan dulce se dibujara…
Sueño en aquella primavera del 60 con un continuo repiqueteo del martillo, que las virutas y las astillas descansaban amontonadas en el suelo del taller, y que la cara de una bella doncella estaba escondida en el basto tronco, esperando que la sacaran de su prisión...”. Así, como meciéndola en su procesión del Lunes Santo, le dedicó unos hermosos versos: “Vengo a tus plantas, Señora, desde las trabajaderas/Vengo a tus soberanas plantas, Señora, desde hace veinticinco años./Vengo a tus Benditas plantas, Señora, poniendo en tus acogedoras manos alegrías y tristezas, triunfos y desengaños./Vengo a tus Divinas plantas, Señora, con una oración en mis labios./Proclamando hoy tu Grandeza desde este templo franciscano./Y que llegue este titubeante rezo hasta las mismas puertas del Paraíso soñado./Vengo a tus celestiales plantas, Señora, bendita virgen morena./Excelsa Madre de Dios, divina y reluciente estrella./Nardo de fino perfume en el jardín de los cielos./Vengo a tus plantas de realeza, Señora, y una plegaria te ofrezco/impregnada con mi seráfica fe y el cariño más sincero./Vengo a postrarme ante tus intercesoras plantas en esta tarde gozosa de aniversario./Te pongo mi corazón en tus preciadas manos/con el delicado aroma de las más hermosas flores/con el fervor encendido de cientos de corazones..”.
Después de los saludos de rigor y de agradecer las palabras del presentador del acto, su amigo Juanma, el orador justificó su pasión cofrade al cuestionarse “¿Cuántas veces me he preguntado el porqué de gustarme tanto esto de las cofradías. ¿De mis amigos de la infancia? No creo, porque de ellos ninguno pertenece a ninguna hermandad hoy día. Sólo cuando éramos unos niños estábamos metidos de lleno, pero el paso del tiempo hizo que se despegaran de este gran mundo. Entonces es cuando indagando en el reloj del tiempo me remonto a mis antepasados más cercanos a los que siempre estaré agradecido por haber sembrado la semilla cofrade que yo intento cultivar...”, para citar a sus abuelos como el posible origen de su vocación cofrade. Así, José Luis Ruiz se fue haciendo un poco más niño, para bucear en su particular memoria semanasantera: “ Me acompañaba el son de unas leves campanillas, no sabía si eran de gozo o eran plañideras. Quizás colgaban de mi cuello anunciando la alegría de la pronta Resurrección. Y así de esta guisa mi padre me colocaba junto a él delante del paso de ese Niño Dulce, primor de San Francisco...”.
Igualmente, recordó sus inicios en la hermandad que hoy pregona: “Empecé a frecuentar el ambiente caidista llevando varios años en el grupo joven de la hermandad del Dulce Nombre, pero siempre me había llamado la atención la idiosincrasia de esta hermandad que hoy nos convoca al conjuro mágico de la exaltación. Recuerdo, cuando todavía era un niño que venía para ver salir aquel encuentro sublime de María Santísima con su Bendito Hijo por la calle de la Amargura. Toda mi familia nos íbamos a un balcón que está justo en frente de la parroquia. Gracias a las influencias familiares gozábamos de un Palco de honor cada tarde noche del Lunes Santo. ¡Qué suerte la mía! Lugar de privilegio y envidia de mis amigos”. También tuvo recuerdos para el eterno sacristán José Zambrano Joselito, al que recuerda en el aniversario de su fallecimiento: “Joselito hacía arder esa pólvora que se convertía en paleta cromática”. Y recordando a los ausentes, el caidista Víctor Marín, a cuya casa acudió con un amigo para ver un momento del desfile de la procesión del Lunes Santo. Igualmente, palabras con las que recordar la importancia que tuvo la catequesis en su etapa adolescente, en la que el debate sobre la fe le asalta a uno constantemente. De nuevo, unos versos para su Cristo de las Tres Caídas: “Caído en el paso estás/Y tu Madre mirándote va/¿Por qué, Jesús, porqué será/Que nosotros con nuestros pecados/Te hemos llevado hasta ese lugar?/Tú , Jesús./Con el peso de esa inmensa cruz/Dolorío y sangriento vas./ Aquí me tienes Señor para hacer tu Voluntad”.
Tras evocar La Palabra según San Pablo, fue describiendo los misterios que encierra la oscuridad de una noche, de una noche de Lunes Santo bajo el palio de la Amargura: “Allí bajo esa oscuridad del amor aprendí y sigo aprendiendo de muchos de mis compañeros y cómo no, del cuerpo de capataces, es un nuevo mundo”. “Llévalo siempre de frente/que aunque sea largo el sendero,/no te pueda la fatiga./Tú que puedes compañero,/empuja fuerte p'arriba./Hazlo por mí, tú que puedes,/ por este pregón que termina./tú, que llorabas el Lunes Santo /al llegar la recogida./Tú, que llevas como le gusta a Arcos/al Señor de las Tres Caídas...”. “Y desde Arcos hasta el cielo,/¡chicotá definitiva!/Llevarte yo de patero,/y decir con alegría: /¡Relévame costalero,/porque aquí quedó mi vida!”.
Así finalizó una preciosa y muy bien trabajada exaltación que fue premiada no con los tópicos regalos, sino con el cariño de todos los asistentes a la parroquia de San Francisco.
El orador comenzó hablando del milagro que se forjó en los talleres de Castillo Lastrucci para dar vida a la imagen de la Amargura, la reina del Lunes Santo: “Yo no sé qué es lo que vio el prolífero imaginero dentro de aquel sencillo y humilde madero, pero tuvieron que ser como manos de querubines celestiales los que deslizaran con suavidad las gubias, los pinceles, las resinas para que una cara tan dulce se dibujara…
Sueño en aquella primavera del 60 con un continuo repiqueteo del martillo, que las virutas y las astillas descansaban amontonadas en el suelo del taller, y que la cara de una bella doncella estaba escondida en el basto tronco, esperando que la sacaran de su prisión...”. Así, como meciéndola en su procesión del Lunes Santo, le dedicó unos hermosos versos: “Vengo a tus plantas, Señora, desde las trabajaderas/Vengo a tus soberanas plantas, Señora, desde hace veinticinco años./Vengo a tus Benditas plantas, Señora, poniendo en tus acogedoras manos alegrías y tristezas, triunfos y desengaños./Vengo a tus Divinas plantas, Señora, con una oración en mis labios./Proclamando hoy tu Grandeza desde este templo franciscano./Y que llegue este titubeante rezo hasta las mismas puertas del Paraíso soñado./Vengo a tus celestiales plantas, Señora, bendita virgen morena./Excelsa Madre de Dios, divina y reluciente estrella./Nardo de fino perfume en el jardín de los cielos./Vengo a tus plantas de realeza, Señora, y una plegaria te ofrezco/impregnada con mi seráfica fe y el cariño más sincero./Vengo a postrarme ante tus intercesoras plantas en esta tarde gozosa de aniversario./Te pongo mi corazón en tus preciadas manos/con el delicado aroma de las más hermosas flores/con el fervor encendido de cientos de corazones..”.
Después de los saludos de rigor y de agradecer las palabras del presentador del acto, su amigo Juanma, el orador justificó su pasión cofrade al cuestionarse “¿Cuántas veces me he preguntado el porqué de gustarme tanto esto de las cofradías. ¿De mis amigos de la infancia? No creo, porque de ellos ninguno pertenece a ninguna hermandad hoy día. Sólo cuando éramos unos niños estábamos metidos de lleno, pero el paso del tiempo hizo que se despegaran de este gran mundo. Entonces es cuando indagando en el reloj del tiempo me remonto a mis antepasados más cercanos a los que siempre estaré agradecido por haber sembrado la semilla cofrade que yo intento cultivar...”, para citar a sus abuelos como el posible origen de su vocación cofrade. Así, José Luis Ruiz se fue haciendo un poco más niño, para bucear en su particular memoria semanasantera: “ Me acompañaba el son de unas leves campanillas, no sabía si eran de gozo o eran plañideras. Quizás colgaban de mi cuello anunciando la alegría de la pronta Resurrección. Y así de esta guisa mi padre me colocaba junto a él delante del paso de ese Niño Dulce, primor de San Francisco...”.
Igualmente, recordó sus inicios en la hermandad que hoy pregona: “Empecé a frecuentar el ambiente caidista llevando varios años en el grupo joven de la hermandad del Dulce Nombre, pero siempre me había llamado la atención la idiosincrasia de esta hermandad que hoy nos convoca al conjuro mágico de la exaltación. Recuerdo, cuando todavía era un niño que venía para ver salir aquel encuentro sublime de María Santísima con su Bendito Hijo por la calle de la Amargura. Toda mi familia nos íbamos a un balcón que está justo en frente de la parroquia. Gracias a las influencias familiares gozábamos de un Palco de honor cada tarde noche del Lunes Santo. ¡Qué suerte la mía! Lugar de privilegio y envidia de mis amigos”. También tuvo recuerdos para el eterno sacristán José Zambrano Joselito, al que recuerda en el aniversario de su fallecimiento: “Joselito hacía arder esa pólvora que se convertía en paleta cromática”. Y recordando a los ausentes, el caidista Víctor Marín, a cuya casa acudió con un amigo para ver un momento del desfile de la procesión del Lunes Santo. Igualmente, palabras con las que recordar la importancia que tuvo la catequesis en su etapa adolescente, en la que el debate sobre la fe le asalta a uno constantemente. De nuevo, unos versos para su Cristo de las Tres Caídas: “Caído en el paso estás/Y tu Madre mirándote va/¿Por qué, Jesús, porqué será/Que nosotros con nuestros pecados/Te hemos llevado hasta ese lugar?/Tú , Jesús./Con el peso de esa inmensa cruz/Dolorío y sangriento vas./ Aquí me tienes Señor para hacer tu Voluntad”.
Tras evocar La Palabra según San Pablo, fue describiendo los misterios que encierra la oscuridad de una noche, de una noche de Lunes Santo bajo el palio de la Amargura: “Allí bajo esa oscuridad del amor aprendí y sigo aprendiendo de muchos de mis compañeros y cómo no, del cuerpo de capataces, es un nuevo mundo”. “Llévalo siempre de frente/que aunque sea largo el sendero,/no te pueda la fatiga./Tú que puedes compañero,/empuja fuerte p'arriba./Hazlo por mí, tú que puedes,/ por este pregón que termina./tú, que llorabas el Lunes Santo /al llegar la recogida./Tú, que llevas como le gusta a Arcos/al Señor de las Tres Caídas...”. “Y desde Arcos hasta el cielo,/¡chicotá definitiva!/Llevarte yo de patero,/y decir con alegría: /¡Relévame costalero,/porque aquí quedó mi vida!”.
Así finalizó una preciosa y muy bien trabajada exaltación que fue premiada no con los tópicos regalos, sino con el cariño de todos los asistentes a la parroquia de San Francisco.
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