Es una de esas crónicas que cuestan mucho escribir porque, en puridad, no hay mucho que contar. La mala suerte se alió con la bailaora sevillana, pues una inoportuna caída deparó que desluciera los números, a pesar de la buena voluntad que le puso, el empeño mayúsculo en salir a escena y dejar bien alto el pabellón de su honradez.
Habría que preguntarse, no obstante, desde cuándo se sabía que La Farruca no estaba en condiciones de afrontar el evento, porque si la circunstancia de su percance acaeció poco antes, las disculpas se aceptan; por el contrario, si es una cosa de varios días, no se entiende porqué no se comunicó con la antelación suficiente para que el público lo tuviera presente.
No sé si esta circunstancia afecta a la entrada del respetable, en el sentido de que el evento no ha podido desarrollarse íntegramente por causas ya explicadas. Desde luego, no es la labor de esta página indagar sobre la veracidad de esa justificación. Hay que pensar, de entrada, en que es cierto, y que, por tanto, cabe concederle el beneficio de la duda. Está bien, no pasa nada. Es una cosa triste y desgraciada que le puede ocurrir a cualquiera. Esperemos que la artista hispalense pueda recuperarse y que lleve su arte por los escenarios.
La brevedad del espectáculo fue tal, que no es posible rigurosamente pronunciarse sobre lo que se vio en Sala Paúl. Es tan difícil escribir sobre dos bailes y un cante, que sacar adelante esta crónica es una labor de titanes.
De entrada, la concepción de la velada estaba orientada a conseguir un efecto flamenco en el respetable. Sí, lo consiguió, pero supo a poco.
La Farruca es una bailaora que tiene una manera de presentarse ante el público distinta a la de su hijo, pero más similar a la de su padre. Farruca sabe que los estilos de baile son tan distintos entre sí a la hora de ponerlos en movimiento como hacer los cantes. Es decir, que si entre los cantes las diferencias son notables, entre los bailes también. Conviene recordar que las danzas flamencas se expresan en función del significado intrínseco de los palos: alegría o tristeza. No hay más.
La puesta en escena fue sobria, mucho... ¿demasiado? Creo que no. La gente está cansada de ver complejos números donde a la fuerza hay que llenar los escenarios. El caso de anoche fue otro: una disposición espacial sencilla, con tres voces de cante (Rubio de Pruna, El Granaíno y Marga Rey) y un tocaor (Juan Requena).
El análisis de las voces deja en el aire las condiciones positivas del elenco. Es lógico que tras la irrupción de Camarón las tesituras de voces se modificaron y desde entonces, el genio de San Fernando fue el ídolo en el que todos se fijaban para copiarle hasta los andares. Casi dieciocho años después de su fallecimiento, muchos de los cantaores de atrás siguen remedando ese estilo canastero tan en boga en los setenta. Siento decir que a mí (a mí, conste) no me convencieron los cantaores. Primero, por la cuestión ya explicada; segundo, porque hay un grupo de cantaores de atrás que se desgañitan cantando, forzando a un nivel poco agradable. El cante jondo deja de ser tal, en ese caso, para transformarse en un simple alarido. Los aficionados siempre indican que el flamenco no se grita, se dice. Los metales jondos no tienen que llevar implícita la destemplada salida de tono de un cante interpretado en un tono en la guitarra más alto del que normalmente soportan.
¿Qué añadir más? Que el espectácul o se tapó con la aparición en el escenario de los benjamines de la familia, que salvaron los muebles y que... bueno, poco más. Son graciosos, simpáticos en sus bailes y pueden tener futuro si se esmeran.
Volviendo a la cuestión central, la de la suspensión del espectáculo, es lícito que algunos indaguen sobre la verosimilitud de las explicaciones ofrecidas en el tablao. Quede claro que mi intención particular no consiste hoy en discutir acerca de este asunto, pues ya se dijo al principio del texto que siempre, en cualquier caso, cabe concederle el beneficio de la duda a estas explicaciones ofrecidas.
En cualquier caso, bueno sería que si estas circunstancias se conocen con mucho tiempo de antelación se comuniquen al respetable. Si resulta que el hecho ocurrió poco antes, no hay nada que objetar, al contrario. Si estamos en el segundo caso, cabe incluso felicitar la postura honrada de La Farruca que, pese a su malestar, estuvo a la altura de las circunstancias, esforzándose más allá de lo que sus fuertes dolencias le permitían. Gajes del oficio. Sólo cabe desearle a La Farruca que se restablezca pronto. Ánimo.