No puede decirse que James Gray sea un cineasta respaldado por la taquilla, pero al menos ha logrado que los títulos de sus películas trasciendan y que su cine sea tenido en cuenta. Debutó en 1994 con Little Odessa, por la que fue mediado en el Festival de Venecia, aunque tardaría seis años en rodar un nuevo largometraje: The yards, titulado aquí La otra cara del crimen, un thriller de una lograda densidad dramática en el que prevalecen las constantes de su cine desde entonces: desde un buen elenco de actores a unos escenarios muy parecidos, tanto exteriores -el extrarradio de Nueva York- como interiores -a veces da la sensación de que ha utilizado las mismas casas para sus tres últimas películas-, y, por supuesto, una buena historia que contar. Siete años después de The yards se destapó con un sensacional thriller policíaco, La noche es nuestra, una de las grandes películas producidas por Hollywood en la década y, ahora sí, a renglón seguido, un año después, y con el mismo protagonista (Joaquin Phoneix) y escenarios realizó Two Lovers, recién estrenada en nuestro país con más de un año de retraso.
Two lovers supone un cambio de registro para Gray, en el sentido de que abandona el thriller, aunque no los dilemas morales, el peso del drama sobre nuestras vidas, sobre nuestras familias, la amargura, la lucha diaria con nuestros fantasmas por encontrar eso tan inconcreto como la felicidad. Supongo que si Julio Medem hubiese rodado esta historia la habría convertido en un melodrama de miradas y silencios, pero James Gray construye una pieza dramática tan contundente como emocionante. Phoenix es un joven atormentado y al borde del suicidio tras ser abandonado por su prometida. Sus padres -atención a una envejecida y auténtica Isabella Rossellini- fuerzan su relación con la hija de unos amigos -más atención aún a una excelente Vinessa Shaw-, pero en su camino se cruza una vecina con cuya personalidad establece una serie de lazos auténticos y rejuvenecedores -ella es Gwyneth Paltrow, recuperada con acierto en el filme-.
Escribía hoy David Trueba que, según William Goldman, lo mejor de un guión han de ser sus primeras diez páginas, para que el interesado lo siga leyendo, pero que de una película lo mejor han de ser los diez últimos minutos, porque son los que dejan la huella en el espectador, y los diez últimos minutos de Two lovers son soberbios, inolvidables.