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 Probablemente ustedes no lo sepan, tampoco es obligación, pero en España existen, oficialmente y en lenguaje coloquial, treinta tipos de tontos. Desde el más conocido del tonto de pacotilla, cuya tontería es vulgar, pasando por el tontorrón que, aunque es aumentativo del adjetivo, no deja de ser un buenazo, hasta una larga cantidad de ellos que les iré desgranando a fin de que pasen ustedes en la medida de lo posible una mañana de sábado divertida.


Uno de los que a mi más me gustan es invención de Antonio Burgos, al menos se encargó de recuperarlo de la sabiduría popular sevillana, que también existe: el tonto con balcones a la calle. Curioso ejemplar que, además de hacer gala interna de su tontería, la lanza sin ningún tipo de disimulo al exterior. Lo mismo hace el tonto locuaz quién, no cansado de hacer y decir tonterías, en ocasiones las publica. Tonto éste frecuente en espacios televisivos y algunos hasta con programa radiofónico propio. Entrando en terreno escatológico me permitirán dé especial relevancia al tontolculo, abreviatura del tonto del culo, que tiene su fuente de razonamiento donde la espalda termina su nombre. Junto a este se encuentra el tonto del puto culo que viene a ser lo mismo pero razonando con su puto culo. Si cambiamos de sur a norte, tenemos al tontolapolla, abreviatura del tonto de la polla, que define a la persona estúpida y odiosa. Bajando un poco está la persona estúpida e irritante, también llamado tonto de las pelotas.
También la tontería tiene aspectos positivos. El tonto con suerte, quién reúne tal condición pero todo le sale bien y el tonto feliz que carece de inquietudes intelectuales y es feliz en su ignorancia. Por su incansable esfuerzo merecen ser destacados el tonto estulto, que es tonto por partida doble, el tonto de remate, extremadamente tonto, el tonto de los cojones, muy tonto, el tonto locuaz, que no se cansa de decir tonterías, el tonto enciclopedia, que conoce y practica numerosas formas de ser tonto, el tonto de campeonato, el más tonto entre los tontos y, en el límite superior, el tonto a más no poder, quién habría alcanzado los límites de la tontería humana. Uno de mis favoritos es el tonto a las tres del que la mejor descripción que he leído es la de alguien al que le molestaba el adjetivo y retrasó el reloj una hora para dejar de serlo. Lo cierto es que, tras descubrir toda esta larga lista de descripciones y denominaciones que complementan al adjetivo tonto, uno no tiene por más que admirar todavía más la lengua de Cervantes y la capacidad que hemos tenido a lo largo de los siglos para modificar nuestro idioma y darnos una lengua capaz de determinar de forma clara y certera las distintas variantes de este u otro adjetivo y matizar exactamente las características de cada uno de los diferentes tipos, de tonto en este caso.
Claro que cuando ayer leía en los distintos medios de comunicación la intención del alcalde de Estepona de ser declarado testigo protegido en la Operación Astapa junto a su compañera, comprendí que aún quedan muchos años para que nuestro idioma sea perfecto. Alguien que ha aportado a una causa decenas de convenios urbanísticos , los ha votado a favor y defendido como portavoz, que ha alcanzado la alcaldía y ha instalado en ella un sistema cuasi policial en base a su denuncia, que es un cargo orgánico en su partido y en la administración, que ha denunciado a sus compañeros de corporación por cumplir con sus obligaciones de concejal al solicitar documentos para el ejercicio de sus funciones o hacer declaraciones públicas contra sus métodos dictatoriales y represaliado trabajadores por el simple hecho de no comulgar con sus formas de gobierno, no parece el más indicado para ser declarado testigo protegido, como así han determinado fiscal y juez del caso.
Quedan, pues, muchos tontos por descubrir, muchos matices por describir, muchas descripciones por añadir a la larga lista existente. Quizá, no se si coincidirán conmigo, lo que más se aproxime es una voz madrileña, el tonto falaz, que es aquel que finge ser corto de entendederas para esconder su malicia, urdir un engaño o evitar pagar por su maldad.

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