El pueblo es el único que determina y persiste y ha demostrado que está sano, entero, con ganas de tener líderes que lo lleven a un proyecto moderno.
A nadie viviendo en este país le ha pasado inadvertido el espectáculo. Un pueblo con nombre y apellidos marchando tras la bandera hasta conseguir ver realizada su esperanza. Y si ese alguien es sensato, no tiene más remedio que poner en cuarentena la prédica de algunos que viene extendiendo su doctrina de que España está rota. ¿No se habrá roto la esperanza de esa minoría de conservar sus privilegios? ¿Acaso alguna otra minoría busque prebendas tras el separatismo? Y otras muchas preguntas que salen al paso del teclado pero conviene evitarlas.
El pueblo es el único que determina y persiste y ha demostrado que está sano, entero, con ganas de tener líderes que lo lleven a un proyecto moderno. Puede creerse que es modelo la Roja porque ha ganado; se la acepta porque representa virtudes colectivas que el alma de este país lleva guardadas. Espíritu común de empresa, objetivos altos de noble deporte, medios de alto valor moral como es el respeto y el juego limpio con el adversario; y además ha ganado, así queda completo el proceso. Hemos vuelto a viejos tiempos en que prevalecía siempre el humanismo por encima de la humanidad. Si ese observador además de sensato es inteligente, tendrá que sacar consecuencias en pura lógica. Y, conociendo la historia, una vez más nos encontramos con la realidad hispana: qué buen vasallo si tuviera buen señor.
Hemos demostrado impericia con la democracia y la hemos abandonado en general en manos de los mediocres. El hombre de hoy da por satisfecha su obligación con votar y esa holganza se paga. Basta con mirar y ver a muchos, tontos con vara, incapaces de fijar un rumbo. El pueblo está molesto hartizo de faraones y esperando que lo ilusionen; su sentido común le dice que vivir es más sencillo, que el derroche crea injusticia y que es necesaria una moral colectiva para las comunidades humanas. Cuando se establece esta comunicación pura, el pueblo sigue a la Roja hasta el paroxismo. Algunos no serán capaces de seguir el parangón entre el deporte y la relación social y tendrán que volver a la escuela de los griegos para aprender el espíritu de los Juegos. Pero por estos no conviene que nos detengamos.
Una comunidad es plural, por eso son respetables los que poseen y los que sólo tienen el derecho sagrado al trabajo. Pero la dignidad es la misma pues ésta sólo depende del comportamiento. Los que atesoran para creerse más y acumulan poder para usarlo fuera de los límites del bien común agreden al pueblo y se apartan de él en una aventura suicida. Tener el poder que da la riqueza y saberlo usar con sensatez es muy difícil y merece elogio el que lo consigue. Pero el que acepta el juego sucio, y más aún en el camino de la política, se sale por su voluntad del proyecto de hombre social y expone al grupo a mil vicisitudes. El vasallo en este país ha tenido muy malos señores con bastante frecuencia; cualquier interés nos hace bajar la vista del ideal moral que impone el sentido común. Han hecho daño los que han abandonado la guardia en su obligación de exponer la doctrina del comportamiento y, más aún, los que por reacción han predicado ideologías sin espíritu reducidas a pura norma de conducta. Pero el pueblo tiene la ventaja de que nunca se desanima y basta ofrecerle un objetivo digno para marchar detrás olvidando sus frustraciones. El autor de La Roja ha sido el entrenador que ha sabido inculcar en el grupo un comportamiento. Nos urgen en este país entrenadores: maestros, padres y políticos.