Nadie está a salvo
Tenía que ser así, ahora, después de tantos años de abnegados trabajos, un sinfín de noches en vela dedicadas a acopiar conocimientos sobre la materia...
Los diarios del pasado martes informan de que el mayor del Ejército estadounidense Félix Batista, experto en la prevención de secuestros, ha sido secuestrado. La vida gasta estas bromas, ya saben: el cazador cazado, el herrero en cuyo ajuar sólo se guardan cuchillos de palo, la soga oscilante en casa del ahorcado…
La experiencia abunda en casos similares, será suficiente con echar un vistazo a los periódicos.
Los clientes de Mr. Bernard L. Madoff son sujetos adinerados, familiarizados con los arcanos de las finanzas, instruidos en el cálculo del beneficio y la ponderación de los valores más rentables. Tan perspicaces y avisados que no advirtieron que el bueno de Mr. Madoff, en quien tanta confianza y capital depositaron, les estaba timando.
No hay más que saltar de la sección de economía a la de internacional para darse de bruces con otros ejemplos ilustradores de la vulnerabilidad del ser humano.
El hombre más poderoso de la Tierra, el más protegido, el avezado general de ejércitos, el conquistador de tierras hostiles, el gran logista, el eminente estratega, el guerrero habituado a batallar contra el mal habría pasado a mejor vida si su antagonista hubiese sido un periodista más ducho en la disciplina del lanzamiento de calzado (un 42, todo lo más, según cálculo elaborado a ojo de buen cubero a partir de las imágenes ofrecidas por televisión), si hubiese encontrado enfrente a un gacetillero adiestrado en el milenario arte marcial del zapatazo letal en sus muy diversas modalidades, a saber, el escarpín asesino, la chiruca ponzoñosa, la sandalia magnicida.
Como ocurre con los calzoncillos bóxer, la única muerte que nos sienta bien es la que se ajusta a nuestra talla. Vea si no. Hizo falta una conspiración para asesinar a Kennedy; para liquidar a Bush, habría bastado con unos náuticos.
Un reconocido especialista en secuestros, secuestrado; lo más selecto del mundo de los negocios, estafado; el hombre capaz de poner en marcha la maquinaria de destrucción más aterradora del planeta, a merced de un plantillazo. El sendero de la existencia esconde tras cada recodo ironías como éstas.
Podríamos añadir a los ya relatados otros casos inventados: el virtuoso concertista despachurrado por el piano de cola que se precipita desde un quinto piso a causa de la ineptitud de los operarios de una mudanza; el prestigioso cocinero, formado en los fogones de El Bulli, deconstructor de tortillas y paladar refinado, devorado por una tribu antropófaga durante unas infaustas vacaciones en Kenia; el cargo público, tipo próspero cuya fama y fortuna se forjaron al socaire de un carácter maleable y servil, ahogado por su propia lengua, vuelta del revés por accidente, la misma que tantos halagos prodigó y tantas posaderas lamió para fraguarse una carrera fulgurante y provechosa.
Nadie está a salvo.
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