Koldo, asesor del exministro Ábalos, es un auténtico progresista, porque de ser vigilante jurado ha llegado a progresar de una manera vertiginosa. Y todo a base de peloteo sin importarle que su espalda le huela a la colonia que usa su jefe. Si no lo detienen, ¿a dónde hubiera llegado este pelota baboso en su afán por arrimarse al poder? Y, por lo visto, el poder encantado, que es lo peor del caso.
Pero hablemos del pelota progresista.
El pelota progresista es un ser que vive para adular, elogiar, halagar, dar coba y ganarse la atención de su jefe para conseguir algún beneficio.También en La Isla hay muchos pelotas, a los que podrá usted ponerles cara, nombre y apellidos sin gran esfuerzo, porque el pelota es fácilmente identificable, ya que le interesa estar siempre rondando al jefe para ganarse sus favores.
El nombre de pelota le viene de los ambientes de la prostitución callejera. Parece ser que se le llamaba así, porque las prostitutas iban pasando como una pelota de mano en mano de los clientes, a quienes adulaban con todas sus mañas para conseguir un mejor pago a sus favores sexuales. Ahí fuera del manicomio hay una auténtica multitud. Aquí dentro lo más que se puede lograr, siendo un buen pelota, es que te aprieten dos puntos menos la camisa de fuerza.
Este fulano, Koldo, nombre con dos vocales de pozo sin fondo, pasaba por allí, y su gran preocupación es que no le falte la vaselina. Este pelota de libro, para el que chupar culos es lo normal, con el tiempo ha ido perdiendo la vergüenza. Es oportunista y está siempre atento a cualquier sugerencia del jefe. Incluso hay veces que se adelanta a sus deseos para dejar constancia de su hipócrita fidelidad. Sin embargo, el pelota clásico no lleva una vida fácil. Cuando llegan las vacas flacas, el pelota se desorienta, y, aunque sigue manteniendo su interesada adoración por el jefe, se pone a verlas venir. Si se produce el hundimiento definitivo del barco, salta como las ratas buscando el sol que más calienta. El pelota se siente súbdito hasta las trancas y está dispuesto a cualquier humillación con tal de que su jefe, que algún día se lo premiará, quede airoso. El pelota incondicional suele ser un estómago agradecido que mantiene una increíble capacidad de cambio solo comparable a la del camaleón. Si hay que hacerle un homenaje al jefe, darle un premio, entregarle una medalla, tocarle unas palmitas…, allí estará el pelota en primera fila. El pelota tiene, como los burros, las orejeras puestas. Siempre anda sobre el alambre, y lo que más temen estos impresentables individuos es caer en desgracia del jefe. El pelota, al no tener vergüenza, no calcula que hay gente que sí la tiene y que pasa vergüenza ajena al contemplar lo rastrero que se puede ser en esta miserable vida. Si el pelota va de sobrado, se pone a colocar los millones robados que le permiten otros progresistas y lo atrincan, el jefe dirá que vaya sorpresa, aunque se haya tirado media vida con su aliento en el cogote. Pero aquí no dimite nadie. ¿Dejar un sueldo de casi 7.000 euros y lo que te rondaré, morena? Ni hablar.
A los locos nos gustaría pedirles a los que tienen poder que roben un poquito menos, y preguntarles a los pelotas, que de dónde han sacado esta falta de moral y de escrúpulos. Será que, cuando Yavé hizo al hombre, le dio tantas vueltas al barro de alguno, que creó al pelota que hoy sufrimos. ¡Pobre país de rateros consentidos y elegidos por los que mandan!