Yo votaré, pero voto nulo
Yo voy a ir a votar, pero con un sobre y un papel dentro donde pido regeneración democrática y reforma de la Ley Electoral.
A estas alturas al arriba firmante le da exactamente igual lo que ocurra con el Gürtel, con los ERE, con los Mercasevilla, con los expedientes y las irregularidades -además de la manifiesta poca vergüenza que hubo por casi todas las partes en la extinción de Fábrica San Carlos y, por supuesto y por la lejanía, por los GAL, por el elemento aquel que estuvo al frente de la Guardia Civil ni por nada de lo que está ocurriendo u ocurra a partir de ahora. Y me refiero a escándalos de unos y otros, que aquí está pringado hasta el tato y quieren volver locos al resto de los españoles a los que no les da tiempo para pensar en lo realmente importante, que está ocurriendo y que está siendo soslayado por la ración diaria de inmundicia que se lanzan los unos a los otros y los otros a los unos.
Lo que me preocupa a partir de ahora es el fondo del problema, el hecho de que el presidente del Senado tenga que suspender una sesión de la Cámara Alta porque sus señorías no están arreglando los problemas de España sino haciendo una comedia grotesta de un patio de vecinos mal avenidos, a cuchilladas verbales sin recato de ningún tipo, a escupitajos políticos sin la mínima contención que imponen las reglas de urbanidad, esas que nos enseñaron desde niños a los que vivimos las dos épocas más recientes y que siempre vienen bien, aunque cualquiera se puede salir de madre en un momento dado.
Pero es que esta gente no se sale de madre. Están fuera de madre desde hace años. ¿Desde cuando no se produce en España un debate político pausado e inteligente sobre los problemas del país, con aportaciones de unos y de otros, equivocadas unas, acertadas otras, bienintencionadas todas?
¿Desde cuándo no se lee la prensa, en papel, en digital o del boca a boca, sin que la página comience con un escándalo y termine con exabrupto de algunos de los padres de la Patria, sin olvidar la corrupción galopando que se ha instaurado en todo y en todos?
Y lo que es peor, ¿desde cuando no se dialoga en la calle, entre personas normales y corrientes, de forma civilizada, ponderada por ambas partes, argumentada por los dialogantes, de recíproca buena voluntad y entendimiento y de contrastado espíritu democrático de respeto mutuo?
Por que no es ya que los políticos estén divididos, no por barreras, sino por campos de minas. Es que los políticos han dividido a la sociedad, agrupada en dos grandes frentes de los que están conmigo o contra mí, oidores de las mismas y únicas consignas que bombardean los medios de comunicación de unos y de otros y aborregados en el mensaje determinado según en la parte en la que le ha tocado vivir. Como una guerra civil incruenta, pero guerra civil al fin y al cabo sin visos de abrir puertas al diálogo sosegado que acabe con las hostilidades que, a la mayoría, no les va ni les viene. Simplemente están contaminados por la vorágine propagandística, como afectados por un virus contagioso en una espiral imparable que nadie sabe cómo va a terminar.
Eso es lo que me preocupa. Lo que han hecho los partidos políticos con los españoles. En lo que se han convertido los partidos políticos, en grandes corporaciones, empleadores de babosos que siguen al líder de turno riéndoles las gracias, grupos de presión conseguidores de cosas, trampolín de los sinvergüenzas que aprovechan la cercanía con el poder para enriquecerse y tentación de inútiles para alcanzar la gloria por los medios que sea, como si la gloria se ganara por cualquier medio.
Obviamente, no hablo de una generalidad, sino de las posibilidades que se presentan y que se aprovechan, que fuera de todo esto quedan las personas de bien que aún creen en la política como una forma de ayudar a sus conciudadanos, aunque cada vez sean más díficiles de encontrar. Pero el mal que se ha instaurado en estos engendros de intereses es hoy por hoy el enemigo número uno del bienestar de los ciudadanos, el germen de la desconfianza en un sistema que es el menos malo que existe y la puerta abierta de par en par a la llegada de iluminados populistas dispuestos a embaucar a los desencantados por la situación actual. Que por cierto, ya son mayoría absolutísima.
Y es hora de poner pies en pared y de intentar cambiar las cosas. Cada persona es un voto y cada voto cuenta, aunque la percepción que tengamos cada uno de los que llegamos a las urnas sea la de introducir una gota de agua en un océano. Pero es una gota y, sobre todo, es nuestra gota.
Con esa gota es con la que yo voy a luchar contra la corrupción generalizada, contra los embaucadores biempagados por todos, contra los del calumnia que algo queda -menos la honestidad, que o no hacen uso de la suya o destruyen la del adversario-, con los soplapollas que se meten en política porque no saben hacer otra cosa que nada.
Yo voy a ir a votar, pero con un sobre y un papel dentro donde pido regeneración democrática y reforma de la Ley Electoral, que es un voto nulo pero es mi forma de protesta contra todo lo que está ocurriendo y porque aunque sea una gota de agua es mi gota de agua y aún me quedan vergüenza y fuerzas para rebelarme como lo he venido haciendo desde que tengo uso de razón.
Y porque me sale de mis santos cojones.
Lo que me preocupa a partir de ahora es el fondo del problema, el hecho de que el presidente del Senado tenga que suspender una sesión de la Cámara Alta porque sus señorías no están arreglando los problemas de España sino haciendo una comedia grotesta de un patio de vecinos mal avenidos, a cuchilladas verbales sin recato de ningún tipo, a escupitajos políticos sin la mínima contención que imponen las reglas de urbanidad, esas que nos enseñaron desde niños a los que vivimos las dos épocas más recientes y que siempre vienen bien, aunque cualquiera se puede salir de madre en un momento dado.
Pero es que esta gente no se sale de madre. Están fuera de madre desde hace años. ¿Desde cuando no se produce en España un debate político pausado e inteligente sobre los problemas del país, con aportaciones de unos y de otros, equivocadas unas, acertadas otras, bienintencionadas todas?
¿Desde cuándo no se lee la prensa, en papel, en digital o del boca a boca, sin que la página comience con un escándalo y termine con exabrupto de algunos de los padres de la Patria, sin olvidar la corrupción galopando que se ha instaurado en todo y en todos?
Y lo que es peor, ¿desde cuando no se dialoga en la calle, entre personas normales y corrientes, de forma civilizada, ponderada por ambas partes, argumentada por los dialogantes, de recíproca buena voluntad y entendimiento y de contrastado espíritu democrático de respeto mutuo?
Por que no es ya que los políticos estén divididos, no por barreras, sino por campos de minas. Es que los políticos han dividido a la sociedad, agrupada en dos grandes frentes de los que están conmigo o contra mí, oidores de las mismas y únicas consignas que bombardean los medios de comunicación de unos y de otros y aborregados en el mensaje determinado según en la parte en la que le ha tocado vivir. Como una guerra civil incruenta, pero guerra civil al fin y al cabo sin visos de abrir puertas al diálogo sosegado que acabe con las hostilidades que, a la mayoría, no les va ni les viene. Simplemente están contaminados por la vorágine propagandística, como afectados por un virus contagioso en una espiral imparable que nadie sabe cómo va a terminar.
Eso es lo que me preocupa. Lo que han hecho los partidos políticos con los españoles. En lo que se han convertido los partidos políticos, en grandes corporaciones, empleadores de babosos que siguen al líder de turno riéndoles las gracias, grupos de presión conseguidores de cosas, trampolín de los sinvergüenzas que aprovechan la cercanía con el poder para enriquecerse y tentación de inútiles para alcanzar la gloria por los medios que sea, como si la gloria se ganara por cualquier medio.
Obviamente, no hablo de una generalidad, sino de las posibilidades que se presentan y que se aprovechan, que fuera de todo esto quedan las personas de bien que aún creen en la política como una forma de ayudar a sus conciudadanos, aunque cada vez sean más díficiles de encontrar. Pero el mal que se ha instaurado en estos engendros de intereses es hoy por hoy el enemigo número uno del bienestar de los ciudadanos, el germen de la desconfianza en un sistema que es el menos malo que existe y la puerta abierta de par en par a la llegada de iluminados populistas dispuestos a embaucar a los desencantados por la situación actual. Que por cierto, ya son mayoría absolutísima.
Y es hora de poner pies en pared y de intentar cambiar las cosas. Cada persona es un voto y cada voto cuenta, aunque la percepción que tengamos cada uno de los que llegamos a las urnas sea la de introducir una gota de agua en un océano. Pero es una gota y, sobre todo, es nuestra gota.
Con esa gota es con la que yo voy a luchar contra la corrupción generalizada, contra los embaucadores biempagados por todos, contra los del calumnia que algo queda -menos la honestidad, que o no hacen uso de la suya o destruyen la del adversario-, con los soplapollas que se meten en política porque no saben hacer otra cosa que nada.
Yo voy a ir a votar, pero con un sobre y un papel dentro donde pido regeneración democrática y reforma de la Ley Electoral, que es un voto nulo pero es mi forma de protesta contra todo lo que está ocurriendo y porque aunque sea una gota de agua es mi gota de agua y aún me quedan vergüenza y fuerzas para rebelarme como lo he venido haciendo desde que tengo uso de razón.
Y porque me sale de mis santos cojones.
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