Es asombrosa la capacidad del PP para abrazar las causas más chungas. Querría uno pensar que esa inclinación no nace de lo profundo...
Es asombrosa la capacidad del PP para abrazar las causas más chungas. Querría uno pensar que esa inclinación no nace de lo profundo, sino de lo coyuntural, esto es, que como el PSOE es en general más avispado y se apresura siempre a enarbolar, siquiera de boquilla, las causas más legales, el PP, ayuno de ideología propiamente dicha y de criterio racional propio, se pone automáticamente a defender las otras, por llevar la contraria. Pero la comprensión, cuando no la abierta simpatía, del PP hacia las brutales acciones terroristas de Israel contra civiles atrapados e indefensos, que el jueves alcanzaron su más tenebroso paroxismo al bombardear con explosivos y fósforo la inviolable sede de la ONU para los refugiados, los almacenes de la ayuda humanitaria, un hospital y un centro de prensa, sí podría señalar, lamentablemente, un agujero negro en el corazón de quienes comprenden a Israel y justifican sus crímenes por la necesidad de defenderse.
Es tan detonante, tan brutal, tan vergonzosa, esa actitud de los portavoces oficiales y oficiosos del PP, que su defensa de otras causas chungas, menores ciertamente, pasa inadvertida. Por ejemplo, la defensa de la inflación, esa cosa que hace perder poder adquisitivo a los trabajadores encadenados a un salario que no sube ni a tiros, frente a los tímidos y absolutamente comprensibles brotes actuales de deflación, esto es, de la pequeña bajada de precios que beneficia a los varados en esos sueldos precisamente. Aborrece la deflación el PP por un único motivo: porque los empresarios ganan un poco menos, y, por lo que se ve, no se puede ser empresario, o vendedor de cosas, o especulador, sin padecer la parte correspondiente de la crisis y del empobrecimiento general. Eso de ver con malos ojos que a un parado le cueste el kilo de pollo veinte céntimos menos es algo que habrá de explicar despacio, ahora que vienen las elecciones, el PP.