Me van a permitir ustedes que ejerza esta semana de abogado del diablo en un tema como el de la expropiación de YPF. Y no porque yo crea que la señora de Kirchner sea un demonio. Guste o no guste, el Gobierno de la República Argentina está en su derecho a recuperar el control de dicha empresa, del mismo modo que el de España lo está para tomar todas las represalias que el derecho internacional le otorgue en este caso.
Por tener derecho, lo tienen hasta para hacerse el harakiri y dejar a la nación huérfana. Los acuerdos, dijo alguien, están para incumplirlos, y eso es lo que ha hecho el ejecutivo de Buenos Aires, no falto de experiencia en tal sentido. Sé que me arriesgo a que se me acuse de antipatriota y otras cosas por el estilo, pero eso no me quita el sueño. Soy de los que anhelan la llegada de ese día en el que las apelaciones al patriotismo sólo sean lo que ya deberían ser, un anacronismo.
No estoy diciendo con esto, ni muchísimo menos, que la expropiación sea una decisión acertada, porque no lo pienso. Creo más bien que no beneficia a la economía de ese hermano país del otro lado del Atlántico por una razón muy obvia: sienta un grave precedente y va a hacer que muchas empresas se lo piensen detenidamente antes de llevar a cabo grandes desembolsos en inversiones allí. Ni a la nuestra, porque amputa una parte muy importante de lo que constituían los activos de una multinacional considerada acá una de las joyas de la Corona.
Pero tampoco hay que caer en la hipocresía, ni pecar de ingenuos. Quienes primero se pasan el patriotismo por el forro son precisamente quienes controlan las corporaciones multinacionales o transnacionales, cuya única preocupación es la cuenta de resultados, eso sí, cuidando en lo posible la imagen –necesidades del marketing– para que únicamente lo bueno de su actividad se sepa y no lo malo.
No que hay que olvidar que ni Repsol es una sociedad netamente española, pese a sus orígenes, ni, lo que es más importante, tributa el 100 por 100 de lo que le corresponde en territorio español. Ya quisiéramos. Con esta empresa multiparticipada pasa lo que con algunas otras de esas denominadas emblemáticas y merecedoras del orgullo patrio, que tienen un gran éxito allende de nuestras fronteras pero no parece –digo no parece- que dicho éxito redunde mucho en beneficio de los españoles. Cosas de la globalización, supongo.
Puede ser erróneo, pero es comprensible que el Gobierno argentino quiera mantener el control en un sector estratégico como el energético. No hace mucho se armó por aquí el revuelo padre cuando lo de aquella OPA de Gas Natural sobre Endesa con la que al final se hizo Enel. Si lo recuerdan, hay quien hasta puso el grito en el cielo porque se decía que no era deseable que la eléctrica pasara no ya a manos de extranjeros sino de catalanes y, sin embargo, se quedaron contentísimos cuando la adquirieron los italianos.
Lo que me extraña es que todavía no haya salido nadie de ya pueden suponer donde atribuyendo esta expropiación a la herencia dejada por la política exterior del anterior Gobierno de Rodríguez Zapatero. El Gobierno de Argentina, de la mano de la señora Cristina Fernández, se está dejando llevar de un tiempo a esta parte por el populismo, muy arraigado en Latinoamérica por sus peculiaridades socioeconómicas y culturales. Lo de las Malvinas se enmarca en esa línea y lo de YPF, evidentemente, también. Ya veremos cuáles son las consecuencias.