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Cerveza, besos y minifaldas

Varios han sido los políticos y legisladores mexicanos que se han convertido en poco tiempo y sin haberlo querido ni deseado en el centro de atención para los coleccionistas de noticias absurdas e insólitas...

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Varios han sido los políticos y legisladores mexicanos que se han convertido en poco tiempo y sin haberlo querido ni deseado en el centro de atención para los coleccionistas de noticias absurdas e insólitas, pues a través de unas supuestas bienintencionadas medidas, han provocado como poco asombro, estupor o incredulidad.

Así, para intentar disminuir el número de accidentes de coche, en su mayoría provocados por conductores borrachos, no se le ocurrió nada más original a un diputado que tratar de impedir que la cerveza dejase de venderse fría en los comercios de su Estado, aunque nada comentaba este buen hombre ni la original norma sobre la temperatura del brandy, vino o whisky a la hora de su venta.

Pero eso no es todo, pues un rector de Universidad, haciendo una versión libre de un tema de Manolo Escobar, pensó que la escalada de violencia que vivía su localidad podía ser frenada prohibiendo la minifalda, bajo la excusa de que “las faldas sumamente cortas que visten algunas estudiantes se convierten en una invitación para ser agredidas o molestadas, no sólo dentro de la Universidad, sino en el exterior”. Y nada dijo el excelentísimo y magnífico que para erradicar la violencia es mejor limitar el comercio de armas que el largo de unas faldas.
Y lo mejor: el Bando de Policía y Buen Gobierno promulgado por el alcalde de Guanajuato, en el cual y entre muchos mandatos asombrosos, se impulsaban medidas para mandar a prisión a las parejas que se besasen con intensidad en los lugares públicos.

Así, los manitos apasionados al ver a sus lupitas de negras trenzas después de un tiempo, en vez de asirlas por sus cinturas de modo firme y besarlas apretadamente, deberían conformarse con darles la mano o saludarlas con un gesto amable desde la acera de enfrente.

 Siguiendo por el sendero de la prohibición se correría el riesgo de que fueran vetados al poco tiempo los besos fraternales, suaves y en la frente; los amistosos, dulces y en las  mejillas; los besos en la mano, de caballero antiguo y los besos entregados al aire y que nunca llegarán a su destino.

Los poetas dejarían de suspirar anhelando ese beso improbable de un amor imposible y que saben a mediodía de sol débil y olor a hojas secas. Las muchachas enamoradas y temerosas de una sanción, no rubricarían sus cartas de amor de sobres rosas y perfumados con un beso como único remitente. Las ventanas repletas de vaho se quedarían en el futuro huérfanas de labios. Los besos de Judas serán rebautizados y las traiciones seguirán otros caminos sin derecho a roce y la enfermedad del beso no dará derecho a baja laboral.

Tal ha sido la repercusión nacida del Bando que su promotor ha tenido que retranquearse y no sólo derogar la norma, sino declarar a su ciudad Capital del Beso. Claro está que lo que este político intentaba impedir eran los llamados (según su expresión) besos olímpicos, es decir, aquellos en que se tocan “partes privadas de las personas”.

Deduzco entonces que ese beso que se trataba de evitar es aquel en el que interviene el más oscuro de los aros olímpicos y que el buen alcalde ha sido mal interpretado. Muac, muac.

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