Suele escribirse, por estas fechas y a modo de responso, una despedida literaria del año que acaba, habitualmente a mayor lucimiento del escritor o, al menos, eso quiere creer el susodicho cuando lo hace. Así que mantendré la intención aplicando este sentido clásico que me suele ser bastante ajeno, aunque solo sea por salir del paso, que esta columna me ha asaltado a traición y por la espalda por culpa de mi inveterada confusión entre domingos y festivos, clavándome entre las intercostales un miércoles que yo creía lunes.
Lo de
horribilis ya me sonaba a manido, así que al 12 le he apellidado
tremendus, que casi seguro no existe como latinajo, pero vale para entenderse. Tremendo el año de decepciones, de pérdida galopante del poder adquisitivo, tremendos los recortes marianos que dejan los del cejas en pálido remedo, tremebundas las injusticias que hemos vivido reflotando Bancos que ejecutan hipotecas miserables contra los mismos que por vía del Estado les están financiando y salvando de la ruina, lo siguiente de tremebundas las privatizaciones que están regalando los hospitales y escuelas que tanto nos costaron, exageradamente brutales los sarcásticos copagos en Justicia o Sanidad, que ahora hay que pagarse hasta las ambulancias y buena parte de las medicinas que ya habíamos cotizado…
Los ricos nos están haciendo a todos mucho más pobres, dicho a las bravas para entendernos. Aunque lo peor de todo, me parece, es que nadie quiera darse cuenta de lo mucho que nos están robando. Aquí, solo crees que te roban cuando te meten la mano en el bolsillo..., y así nos va.
Yo despediré esta desgracia de año el domingo que viene, bailando en
el Mayeto al ritmo del
Lennon y su banda. Pero que nadie me diga que no están las cosas para fiestas. Porque, si ahora no nos reímos un poquito, ya me diréis cuándo.