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El ocaso de los faraones

Tenemos a un 'faraón' que nos dirige y nos manda por el único sendero que él cree que es el correcto.

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A   ño 1351 a.C. Nos encontramos con un gran imperio egipcio dominando sobre el resto de civilizaciones, siendo el centro del Próximo Oriente, siendo el eje de la cultura y del mercado. Tan solo un año después, por un hombre, la situación se dará la vuelta y se acabará esa hegemonía faraónica.

Ese cambio fue dado por el faraón Amenofis IV, perteneciente a la Dinastía XVIII. En contra de su propio pueblo; por mucho que protestaron y se manifestaron en contra de sus decisiones, eliminó el culto al dios Amón, e instauró en su lugar al dios Atón, algo perteneciente al Reino Antiguo, algo que ya hacía sus decenios que estaba olvidado. Asimismo, construyó una ciudad innecesaria, la cual hizo capital y costó un enorme dineral a sus súbditos.

En cuestiones de exterior tampoco estuvo muy acertado. Estuvo en la cabeza en Asia y Mesopotamia, y acabó perdiendo sus privilegios y su mando militar en dichas tierras. Ese hombre que se creía dios, necesitó durante su reinado un conjunto de funcionarios que entendieran sus elucubraciones, puesto que todas sus medidas fueron chocantes y contraproducentes… Y aún así se llevaron a cabo.

Sus medidas provocaron enfrentamientos entre creyentes del dios depuesto e impuesto, provocando el mismo faraón las peleas construyendo templos juntos. La sangre corrió, y bastante. Los hubo que intentaron ir contra su faraón y acabaron silenciados.

Obviamente, los sacerdotes supremos del dios obsoleto acabaron en la calle, y Amenofis IV colocó a quien le interesó en el mando. La población, que entendía como suya la religión, se sintió confusa y abandonada. Con gente nueva predicando las palabras de un dios sin tradición ninguna en esa sociedad tan evolucionada.

Las causas fueron varias y muy curiosas. Nos encontramos a una civilización que tenía mucho contacto con el imperio mittani, los cuales les ayudaban bastante a mantener sus posesiones en Mesopotamia, así que prácticamente estas medidas venían influenciadas por una nueva forma de pensar, una corriente intelectual fresca, pero innecesaria para Egipto.

Otro motivo, y seguramente el más determinante, era el fanatismo de Amenofis IV por Atón. Las ganas de orar y venerarlo, creer ciegamente en su idea de religión, le cegó para poder gobernar correctamente a un pueblo en alza. Además, el fanatismo llevaba odio hacia lo que ya existía, así que se puso en su mente acabar con la tradición y el culto que ya existía. La sociedad y el estatus del imperio lo pagaron caro.

Amenofis IV cambió el concepto de religión y política. Antes de su llegada, los sacerdotes dominaban al faraón. Tenían esa influencia en sus decisiones, el faraón era un gran hombre, no obstante, jamás estaba por encima de los designios de los dioses. Este personaje histórico cambió de raíz la situación, se sobrepuso a dioses y a sacerdotes; se hacía lo que él dictaminaba.

Este faraón fue uno de los primeros que marcó el final de la civilización. Vinieron varios que sí levantaron la situación, y otros que fueron mucho más dañinos para la sociedad del Nilo. Sin embargo, no hay que obviar que ese fue el inicio del ocaso de los grandes faraones. Saliendo de estas arenosas y secas historias, volviendo al presente que nos concierne, sólo el tiempo y los avances tecnológicos nos diferencian de esos instantes.

Hoy en día tenemos a un “faraón” que nos dirige y nos manda por el único sendero que él cree que es el correcto, llevándonos a mucho a protestar y a que corra la sangre en las manifestaciones. A enfrentar dos bandos con nacionalismos e independentismos. Nos lleva a una gran crisis económica. Despide gente y pone a trabajar a interesados elegidos a dedo. Está tan cegado con su idea que no es capaz de escuchar al pueblo o a otros que intentan ser el “faraón” de España.

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