Yo no busco; encuentro parece que dijo Picasso alguna vez. No carecía de razón. Basta ver sus documentales; todo lo que tocaba o hacía lo convertía en arte. Era un creador. Como dios. No todos los pintores pueden decir lo mismo. Cada uno aprovecha y enriquece su diferencia, cada uno es un mundo que sin embargo no puede prescindir de nutrirse de cuanto han hecho otros en todos los tiempos y lugares. El arte es acumulativo; la ciencia no, dijo Kuhn en su clásico libro. Es fácil constatarlo. El arte es el velo etéreo imprescindible que nos cubre a todos los humanos.
Diré una obviedad: Pérez Villalta es un artista de prolongado aliento. Autodidacto que empezó aproximándose a la arquitectura. Nació con la posibilidad de ver la realidad que está oculta para quienes no lo somos. Pero en lugar de encontrar, escruta, extrae y exprime la lejana y original mediterránea memoria, para disponer de los materiales, antes de acudir a la línea, al color, a la textura o a la forma para envolver la luz, el sol, la geometría. De ahí surgen torres, laberintos y templos del viento, de la agricultura, de Hércules, de una advocación posible.
Sabe lo que hace. Observa y reflexiona con meticulosidad de orfebre para alimentar su fantasía y construir un mundo suyo diverso y exuberante –sin pretenderlo- de las realidades que él vive, ordena y plasma sobre diferente tipo de soporte. “La vida surge para tener conciencia de la belleza”, graba en un óvalo expuesto.
En tarjetas que acompañan algunas de sus obras, explica detalladamente su origen y motivación; en este sentido escribe su propia historia. Aunque útil, resulta insuficiente. Las obras escapan de su autor y van en múltiples direcciones, tantas como “contempladores” acuden a verlas y en cada uno de ellos seguramente atraviesan sus miradas, la mente o la emoción: insinúan, recuerdan. Van más allá de la indiferencia.
Pérez Villalta no recurre a la línea con espesor expresivo sino como sutil límite, según proponían los clásicos, como recurso geométrico imprescindible para ordenar el caos (Thales, Platón). Es un excelente y pulcro dibujante. Opta por el color como presencia de luz. Se deja seducir a veces por lo simbólica y otras por la forma como opción de síntesis. Acude a los maestros y, sin decirlo, a su manera –ahí está el valor- les hace un homenaje para el disfrute de todos. En suma, sus propuestas no son gratuitas, al contrario, casi siempre tienen un soporte argumental a desvelar, a veces tormentoso.
Un hombre que bulle, inquieto, curioso e inconforme, ha decidido legar al pueblo andaluz, sin que este todavía haya valorado, su colección personal. Según anuncia la prensa: 28 obras ya entregadas, 269 en depósito, 527 en proceso de catalogación, que llegarán hasta el millar. Gracias ¡artista!