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Abdicación doméstica

La semana pasada quedará en la historia como la de la abdicación del Rey y la apertura de la inédita caja de Pandora de la sucesión en la jefatura del Estado...

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La semana pasada quedará en la historia como la de la abdicación del Rey y la apertura de la inédita caja de Pandora de la sucesión en la jefatura del Estado. Mucho se ha escrito en estos días, tanto que a uno casi no le quedan argumentos originales que aportar en este debate nacional, salvo uno curioso: quienes defienden -hasta rozar la hagiografía- el papel del Rey en la construcción de la democracia en este país son los mismos que alertan de las consecuencias de un referéndum, expresando así su falta de confianza en la adultez democrática de los ciudadanos y, de manera indirecta, afeando la labor del monarca. Porque ¿en qué quedamos, el Rey ha sido el artífice de la democracia sin el pueblo, o es que esa democracia no es tan buena como para aguantar una votación popular? En fin, el tiempo y el pueblo dirán.

Más allá de esta reflexión, durante la semana pasada también hemos asistido a una abdicación doméstica, menos llamativa, en la que Sevilla ha abdicado de su patrimonio musical, tanto del culto como del popular, para echarse en brazos, una vez más, de la novelería, que en esta ocasión se llama Gemeliers. El Ayuntamiento quiere promocionar la ciudad de cara a la campaña turística de verano con un vídeo musical protagonizado por estos dos -¿músicos, cantantes, showmans?- gemelos, cuyo origen es el programa Menuda Noche, ese espacio de Canal Sur TV que el PP ha criticado en numerosas ocasiones. Pues menuda guantada sin mano del gobierno municipal a los músicos y profesionales de esta disciplina artística que a diario se parten las gargantas defendiendo la dignidad de su obra o se cortan las yemas de los dedos con las cuerdas de sus guitarras en antros donde se oyen más los hielos de los gintonics que sus canciones. 

Se ningunea el rico y variado patrimonio musical de la ciudad y a los músicos que siguen creando en ella; en su lugar, Sevilla vuelve a ser mostrada a los ojos del mundo bajo un disfraz sectario, que abunda en el tópico que tanto mal le hace. Nos quieren representar con dos adolescentes ñoños, look de niños bien de la ciudad “con tela de arte”, neopícaros y graciosos de diseño, como demostraron en La Voz Kids. En lo musical, ni hablamos, su único bagaje es haber participado en ese concurso televisivo y cantar una música facilota, de pésima calidad, sin más compromiso artístico que el de coger los trenes baratos del éxito. Y nos cuelan este pufo aprovechando que el nivel por los suelos: aquí se prefiere el flamenquito al flamenco, las rumbitas a las sevillanas de corrales y patios de vecinos, la musiquita ligera al rock andaluz, las cornetas aflamencás a las marchas procesionales clásicas… En definitiva, se aplaude lo fácil frente a lo difícil, lo artificioso frente a lo auténtico, la coba frente a lo sincero, lo superficial frente a lo que exige poner las entrañas encima de la mesa.  

Quizá piensen que exagero, pero me duelen los músicos de verdad que han nacido en esta ciudad a lo largo de su historia y los que aún hoy se baten el cobre para defender su arte. Se me revuelven las asaduras como se les tienen que revolver los huesos a Caracol, Silvio, Font de Anta, Jesús de la Rosa, Manuel Castillo, Vallejo, Turina, Juanita Reina, Marifé o El Pali. Me corroe los pulsos tanta indiferencia, como les tiene que corroer la carne de su genialidad a Lole y Manuel, los hermanos Amador, el maestro Quiroga, Gualberto o los Smash. Me acuerdo de nuestros músicos e intérpretes, hayan nacido o no en Sevilla, como José Enrique Ayarra, Kiko Veneno, Pastora Soler, Pepe Roca, Menese, Pareja Obregón y un largo etcétera de creadores comprometidos. Por eso me fastidia tanto desprecio a esa gente que curra en el alambre de la música sin red de contratos con multinacionales, que toca en templos de la independencia musical como La Caja Negra, donde el Pájaro mete Ione por la puerta ojival del blues con su guitarra de terciopelo y vinagre. 

La música, si es auténtica, duele, hay que arrancarla del centro de uno mismo, y eso no sale gratis. Esta ciudad sabe mucho de música y músicos de verdad como para insultarlos, e insultarse a sí misma, con esta novelería. Sevilla no puede permitirse más abdicaciones domésticas de lo mejor de sí misma.

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