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Oda a los sueños

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Si aún tuviera todos aquellos vinilos los escucharía las noches de luna creciente, con una copa de vino en una mano y el sonido de tu risa en la otra. Es cierto que llegué a encender un par de veces aquel tocadiscos con un miedo infantil, pues los discos eran tan grandes que se me antojaban prohibidos, pero se lo llevaron junto con todo lo demás, y me fue imposible sentirlo como algo mío. Me pregunto dónde estará. Seguro que en algún rincón más cerca de lo que pienso, cubierto de polvo y de angustias de años truncados.

Si aún tuviera todos aquellos poemas los leería en voz alta a la orilla del mar, sosteniendo los papeles en una mano y el olor de tu pelo en la otra. Pero los quemé furioso una noche de San Juan pensando que las llamas devorarían hasta el más febril de mis sonetos. ¡Qué equivocado estaba! Los cuartetos siguen entrelazándose con los tercetos sin que yo pueda evitarlo, porque quieren nacer violentos y vacíos de orgullo. Quieren bañarse en esta tinta dulce y demostrarme, en su ausencia de reproches, que resurgirán de cualquier fuego al que yo les pueda someter.

Si aún tuviera todas aquellas flores las regaría con el agua del río que nos vio nacer, con los espinos sangrantes en una mano y las grietas de nuestra lucha en la otra. ¿Quién sabe por qué se secaron las pasifloras pero no las rosas? Juro que las traté mejor de lo que he tratado a muchas personas. Destilaba el agua que iban a beber y las cubría de los rayos solares que iban a absorber. Le hablaba a sus corolas como si fueran tus oídos y acariciaba sus pétalos como si fueran tus caderas. Pero quizás las flores no necesiten tantos cuidados, quizás necesiten saberse libres en la naturaleza.

Si aún tuviera todas aquellas ganas cogería el próximo tren y lanzaría gravilla contra tu ventana, con el corazón en una mano y en la otra, nada. En la otra, nada. Dejaría que llenases esa mano de lo que tú quisieras. Porque tus deseos son tu esencia, y de todo lo que perdí eso es lo único que extraño. Hundo las muñecas en sal y en nieve, y es que ni los amantes ni los libros son buen bálsamo para mis yemas soñolientas.
Si aún tuviera, solo tu esencia.

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