Rebelión en Mijas
Centenares de acaudalados capitalistas fallecen cada año en el interior de sus piscinas climatizadas...
Centenares de acaudalados capitalistas fallecen cada año en el interior de sus piscinas climatizadas. Otros tantos médicos forenses practican la autopsia a los cadáveres de estos genios de las finanzas y dejan constancia en sus informes de la obturación de las arterias, debida a una dieta rica en grasas, de la consunción del hígado, martirizado por la ingesta desmedida de whiskies de 24 años, de la irritación del colon, molesto ante tanto exceso.
Las piscinas de las grandes mansiones son construcciones funerarias inspiradas por la misma incertidumbre que sirvió de acicate a los faraones para levantar las colosales pirámides que habrían de servirles de morada eterna.
La gente también se ahoga en las piscinas públicas, pero no es lo mismo.
Un grupo de familias sin recursos –lo que en tiempos menos exquisitos nuestros abuelos llamaban pobres– tomaron al asalto esta misma semana en Mijas una urbanización de viviendas de lujo deshabitadas. La crisis arruinó al constructor, quien acabó en manos de los bancos, propietarios ahora del conjunto residencial. Apartamentos espaciosos, áreas comunes ajardinadas y, sobre todo, enormes piscinas sobre cuyas aguas, cristalinas y cloradas, merecerían mecerse los cadáveres infartados del presidente de una multinacional o de un antiguo primer ministro de Liechtenstein.
La imagen de los desheredados tomando posesión de la suntuosa urbanización y de sus piscinas da idea de la desproporción que, según mi humilde parecer, sirve de principio rector de las cosas del mundo.
Desconozco si los presidentes de los Estados Unidos tienen piscina a su disposición en la Casa Blanca. Sabemos que cuatro de ellos perecieron baleados, pero no hay noticia de que alguno fuera hallado fiambre mientras nadaba, lo cual nos hace concluir que, efectivamente, no hay piscina en la residencia oficial del primer mandatario de los USA. Lincoln muerto en traje de baño sobre una colchoneta hinchable resulta mucho más conforme con el ideario capitalista que Lincoln con la cabeza reventada de un balazo en un teatrucho. Al fin y al cabo, cualquiera puede reunir el dinero necesario para adquirir una localidad en el gallinero, pero son muy pocos los que pueden permitirse una piscina privada.
Si una agencia de las Naciones Unidas decidiera elaborar un censo de las piscinas abiertas en el planeta, podríamos darnos cuenta de que hay piscinas para todos.
La dificultad estriba en persuadir a los propietarios de compartir césped, cloro y ducha con aquéllos a quienes jamás se da la oportunidad de ser sorprendidos por una apoplejía mortal mientras perfeccionan el estilo mariposa.
Por eso, el comportamiento de los okupas de Mijas revela una voluntad subversiva que ha pasado desapercibida para la opinión pública, más interesada por la díscola conducta de Bo, la nueva mascota de los Obama.
Auguro que la redención de los menesterosos vendrá de la mano de la rebelión de una masa ingente de desharrapados, ataviados con meybas y gafas de buceo, que avanzará amenazante hacia las urbanizaciones de lujo y los spas, dispuesta a reivindicar el derecho que asiste a todo individuo a remojarse en las piscinas del mundo.
La determinación que empujará a estas hordas revolucionarias podrá advertirse en los ojos de cada uno de los individuos integrados en la multitud, ojos cuya protección encomendarán a Vispring o a cualquier otro de los colirios que se dispensan en el mercado, prevención adoptada para combatir las arteras emboscadas que, sin duda, tenderán al pueblo los defensores de statu quo piscinil, parapetados tras sus arsenales de cloro.
Si en algo es digno de admirar el modelo capitalista, es en su capacidad para regenerarse y sobreponerse a cualquier tipo de contratiempo.
Nadie sabe si la chispa revolucionaria prendida en Mijas contagiará a los indigentes de la Tierra, pero, si lo hace, los mercados ya tienen preparado un plan de emergencia. Si los pobres se acaban apoderando de las piscinas privadas propiedad de las familias adineradas y de los clubes de golf, el capitalismo se hará fuerte en los jacuzzis.
Las piscinas de las grandes mansiones son construcciones funerarias inspiradas por la misma incertidumbre que sirvió de acicate a los faraones para levantar las colosales pirámides que habrían de servirles de morada eterna.
La gente también se ahoga en las piscinas públicas, pero no es lo mismo.
Un grupo de familias sin recursos –lo que en tiempos menos exquisitos nuestros abuelos llamaban pobres– tomaron al asalto esta misma semana en Mijas una urbanización de viviendas de lujo deshabitadas. La crisis arruinó al constructor, quien acabó en manos de los bancos, propietarios ahora del conjunto residencial. Apartamentos espaciosos, áreas comunes ajardinadas y, sobre todo, enormes piscinas sobre cuyas aguas, cristalinas y cloradas, merecerían mecerse los cadáveres infartados del presidente de una multinacional o de un antiguo primer ministro de Liechtenstein.
La imagen de los desheredados tomando posesión de la suntuosa urbanización y de sus piscinas da idea de la desproporción que, según mi humilde parecer, sirve de principio rector de las cosas del mundo.
Desconozco si los presidentes de los Estados Unidos tienen piscina a su disposición en la Casa Blanca. Sabemos que cuatro de ellos perecieron baleados, pero no hay noticia de que alguno fuera hallado fiambre mientras nadaba, lo cual nos hace concluir que, efectivamente, no hay piscina en la residencia oficial del primer mandatario de los USA. Lincoln muerto en traje de baño sobre una colchoneta hinchable resulta mucho más conforme con el ideario capitalista que Lincoln con la cabeza reventada de un balazo en un teatrucho. Al fin y al cabo, cualquiera puede reunir el dinero necesario para adquirir una localidad en el gallinero, pero son muy pocos los que pueden permitirse una piscina privada.
Si una agencia de las Naciones Unidas decidiera elaborar un censo de las piscinas abiertas en el planeta, podríamos darnos cuenta de que hay piscinas para todos.
La dificultad estriba en persuadir a los propietarios de compartir césped, cloro y ducha con aquéllos a quienes jamás se da la oportunidad de ser sorprendidos por una apoplejía mortal mientras perfeccionan el estilo mariposa.
Por eso, el comportamiento de los okupas de Mijas revela una voluntad subversiva que ha pasado desapercibida para la opinión pública, más interesada por la díscola conducta de Bo, la nueva mascota de los Obama.
Auguro que la redención de los menesterosos vendrá de la mano de la rebelión de una masa ingente de desharrapados, ataviados con meybas y gafas de buceo, que avanzará amenazante hacia las urbanizaciones de lujo y los spas, dispuesta a reivindicar el derecho que asiste a todo individuo a remojarse en las piscinas del mundo.
La determinación que empujará a estas hordas revolucionarias podrá advertirse en los ojos de cada uno de los individuos integrados en la multitud, ojos cuya protección encomendarán a Vispring o a cualquier otro de los colirios que se dispensan en el mercado, prevención adoptada para combatir las arteras emboscadas que, sin duda, tenderán al pueblo los defensores de statu quo piscinil, parapetados tras sus arsenales de cloro.
Si en algo es digno de admirar el modelo capitalista, es en su capacidad para regenerarse y sobreponerse a cualquier tipo de contratiempo.
Nadie sabe si la chispa revolucionaria prendida en Mijas contagiará a los indigentes de la Tierra, pero, si lo hace, los mercados ya tienen preparado un plan de emergencia. Si los pobres se acaban apoderando de las piscinas privadas propiedad de las familias adineradas y de los clubes de golf, el capitalismo se hará fuerte en los jacuzzis.
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