Queridos lectores, los procesos del pensamiento nos diferencian dentro de la escala animal. El pensar que según las Antiguas Escrituras en muchas ocasiones es inspirado por lo trascendente...
Queridos lectores, los procesos del pensamiento nos diferencian dentro de la escala animal. El pensar que según las Antiguas Escrituras en muchas ocasiones es inspirado por lo trascendente y que, ya sea de una forma u otra, su surgimiento incluyendo la variedad de signos que han confluido y confluyen en la historia de la humanidad, ha aportado la dinámica básica al desarrollo social, es además derecho y deber. Cuando más difícil sea todo, es cuando más necesario es expresarlo con toda sinceridad. En estas circunstancias, por mucho que se le opongan fuerzas contradictorias, es cuando el deber se convierte en obligación ineludible para evitar que las ideas puedan ser descalificadas, manipuladas e incluso impedir que sucumban dentro de un medio plagado de temores, rencores y odios.
Últimamente he leído diversas reiteraciones de que cuando faltan argumentos para debatir con razones verdaderas, hay quienes acuden a la amenaza, la mentira y la descalificación porque se encuentran vencidos en sus propósitos y no quieren reconocer la validez de la confrontación pacífica y civilizada de las ideas. Yo apoyo decididamente estas expresiones y día a día compruebo la justeza y la universidad de las mismas, porque soy un convencido de que estos conceptos tan unidos a la humanidad que nos diferencia como seres únicos en la naturaleza resultan ser válidos para todos y para todas las circunstancias, coyunturas y latitudes en que nos encontremos enmarcados.
Es indeseable e incluso repudiable la práctica de la descalificación de las personas por ejercer el pensamiento y expresarlo libremente con toda corrección y respeto hacia los demás en uso de las normas de don Benito Juárez en el sentido de que el respeto al derecho ajeno es la paz. Personalmente me he desenvuelto desde hace ya más de 50 años en el ejercicio de una lucha por la paz, el amor, la equidad distributiva y la justicia social. Creo profundamente en las esencias de un socialismo liberador, del cual Jesús fue uno de sus primeros exponentes. Me forjé desde muy joven en las ideas de justicia y amor por los demás que son esenciales al cristianismo. Entronqué estas ideas en la lucha social con los conceptos esenciales del marxismo mediante el estudio, el análisis y la praxis de los clásicos del socialismo desde los utópicos pasando por las ideas leninistas de la Revolución Social y sus principios de organización, así como las de Rosa de Luxemburgo, Gramsci y otros más. He encontrado en la Teología de la Liberación elementos básicos de un socialismo para el futuro en el que fluyen los conceptos radicales del Evangelio con las ideas de justicia social y equidad distributiva que emanan de los conceptos primordiales del marxismo.
Creo firmemente en que los problemas que ha adolecido el denominado Socialismo Real, en cualquiera de los lugares en que se ha intentado implantar, deberían ser analizados libremente y sin limitaciones algunas a la expresión del pensamiento y de las ideas en búsqueda de las soluciones para el presente y el futuro. En esta dirección considero que hay que cambiar todo lo que sea necesario. Así mismo estoy convencido en que los jóvenes asuman poco a poco los timones de mando de la sociedad. En consecuencia, abogo por un socialismo para siglo XXI participativo y democrático. Finalmente me reconforto con lo que expresó José Martí: “Las bases de la nación nueva serán: el trabajo y la libertad de opinión. Trabajar es lo verdadero y decir sin miedo lo que se piensa: he ahí las dos raíces”.