La mala educación
No: no es que me haya gustado la película de Almodóvar y quiera celebrarla usando su mismo título...
No: no es que me haya gustado la película de Almodóvar y quiera celebrarla usando su mismo título. Por el contrario, entiendo que la tal película de tan paniaguado director, enterrado en el uso y el abuso de las famosas subvenciones con que el poder regala a cuantos actúan a favor de su ideología, está llena de mentiras, de falsedades y de supuestos que rompen gravemente la realidad de las cosas.
Anda revolucionado el gallinero europeo con el aquel de que es España la campeona del fracaso escolar de los jóvenes. Cierto que es así; pero lo que no nos dicen es que desde que se iniciaron las reformas del sistema educativo (en los albores del cambio político) cada una ha sido peor que la anterior y que el fiasco ha ido creciendo de año en año, un poco más: desde aquel famoso Libro Blanco de la Educación (ojo con los Libros Blancos de cada materia que todos ellos no han hecho más que estropear lo que venían a arreglar) y las posteriores reformas que se han titulado con siglas, las Logse y sus secuelas posteriores, hemos venido a caer en la actual legalidad educativa en la que se permite que los jóvenes pasen de un curso a otro con un carro de asignaturas pendientes (ya no recuerdo cuántas a la sazón), de manera que se hace imposible que terminen sus estudios escolares con un mínimo de conocimientos y que su preparación para las respectivas carreras sea no ya mala sino inexistente. Amén de que la disciplina necesaria para una labor educativa seria brille también por su ausencia: los profesores de instituto son desobedecidos por sus alumnos e incluso son objeto de agresiones contra las que no pueden luchar porque nadie les defiende. De manera que estamos formando en nuestra famosa enseñanza obligatoria vagos, maleantes, delincuentes y burros que no son, desde luego, el resultado que cabría esperar de la labor formativa. Con la agravante de que todo nos lleva a pensar que es eso lo que se pretende desde el poder.
Ya está bien de callarnos y ser discretos en alabar las cosas que estaban bien en las épocas del anterior régimen por el aquel del “pensamiento único” y de los “política o socialmente correcto” que nos impone la tiranía partitocrática a que nos somete el NOM (siglas con las que se viene aludiendo desde hace años al Nuevo Orden Mundial). Hemos de abrir el grifo de la sinceridad y llamar a las cosas por su nombre, sin pararnos a simular defectos que no existieron o, simplemente, a callarnos ante lo que fue bueno o simplemente mejor que lo actual.
Los estudios en España, en aquella época, eran envidiables con referencia a los del resto de Occidente; y no digamos nada en su referencia a los de hoy.
Gracias al grave complejo de inferioridad que se nos inculcaba en referencia con todo lo extranjero (Estados Unidos, Francia, Alemania, Inglaterra) los que salimos a hacer cursos de postgrado los afrontábamos con aire de inferioridad y convencidos de que esos monstruos de la sabiduría nos iban a dar vueltas por sus conocimientos tan superiores a los nuestros. Y no: resultaba finalmente que nuestros jóvenes ya universitarios obtenían resultados muy superiores en todas partes y en todas las materias y ocupaban los primeros puestos de cada rama del saber. Y hablo por experiencia propia: además de ello, obtuve la mención cum maxima laude en mis estudios de postgrado en la universidad francesa de Montpellier. Con la característica de que el año anterior obtuvo los mismos resultados otro español y que así venía sucediendo en los años de que pude tener noticia. Y con el inconveniente añadido de que nos examinábamos en idioma que no era el nuestro: mientras que los estudiantes originarios los hacían en su lengua madre.
No, no era solamente en la economía (ciencia en la que aparentemente estaban mejor formados en Europa) en la que se veían estos resultados. Un querido amigo que estudió Ingeniería Naval y que fue a Estados Unidos a hacer un curso de postgraduado, fue el primero de la promoción y la Administración de aquel país se empeñó en quedarse con él (cosa a la que él se negó, como nos negamos tantos otros). Y mencionaría un largo etcétera que no tiene cabida en estos trabajos tan cortos.
De esa situación hemos ido a dar en esta otra en la que realmente nuestros licenciados adolecen de una formación real tan pobre que el panorama resulta desalentador. No perdamos de vista que estos de hoy son los que estarían en situación de gobernar los destinos de España en un futuro inmediato. ¿Se puede pensar que mejorarán nuestras circunstancias con este material humano?
También es cierto que la situación de nuestros directores de hoy en día es francamente desalentadora, con políticos y gobernantes que en buen número no tienen ni el bachillerato y que andan dando torpes pasos en la administración del Estado día tras día.
No os extrañe, por tanto, que haya introducido el supuesto de que estos sean los resultados que el poder (no el de aquí, sino ese NOM) desee para nosotros. Es más fácil dominar a un rebaño de zotes que domesticar a quienes poseen conocimientos firmes y serios.
No procede, por tanto, que ahora nos vengan con la salmodia de que el “fracaso escolar” en España está tomando tintes trágicos. Es cierto, así es: pero la culpa tiene pruebas que salvan a todos esos borregos, torpes, vagos y delincuentes, que no son más que el producto de lo que se ha querido hacer con ellos. Porque a sistemas de formación catastróficos corresponde unos frutos como los que se están recogiendo en la cosecha.
Anda revolucionado el gallinero europeo con el aquel de que es España la campeona del fracaso escolar de los jóvenes. Cierto que es así; pero lo que no nos dicen es que desde que se iniciaron las reformas del sistema educativo (en los albores del cambio político) cada una ha sido peor que la anterior y que el fiasco ha ido creciendo de año en año, un poco más: desde aquel famoso Libro Blanco de la Educación (ojo con los Libros Blancos de cada materia que todos ellos no han hecho más que estropear lo que venían a arreglar) y las posteriores reformas que se han titulado con siglas, las Logse y sus secuelas posteriores, hemos venido a caer en la actual legalidad educativa en la que se permite que los jóvenes pasen de un curso a otro con un carro de asignaturas pendientes (ya no recuerdo cuántas a la sazón), de manera que se hace imposible que terminen sus estudios escolares con un mínimo de conocimientos y que su preparación para las respectivas carreras sea no ya mala sino inexistente. Amén de que la disciplina necesaria para una labor educativa seria brille también por su ausencia: los profesores de instituto son desobedecidos por sus alumnos e incluso son objeto de agresiones contra las que no pueden luchar porque nadie les defiende. De manera que estamos formando en nuestra famosa enseñanza obligatoria vagos, maleantes, delincuentes y burros que no son, desde luego, el resultado que cabría esperar de la labor formativa. Con la agravante de que todo nos lleva a pensar que es eso lo que se pretende desde el poder.
Ya está bien de callarnos y ser discretos en alabar las cosas que estaban bien en las épocas del anterior régimen por el aquel del “pensamiento único” y de los “política o socialmente correcto” que nos impone la tiranía partitocrática a que nos somete el NOM (siglas con las que se viene aludiendo desde hace años al Nuevo Orden Mundial). Hemos de abrir el grifo de la sinceridad y llamar a las cosas por su nombre, sin pararnos a simular defectos que no existieron o, simplemente, a callarnos ante lo que fue bueno o simplemente mejor que lo actual.
Los estudios en España, en aquella época, eran envidiables con referencia a los del resto de Occidente; y no digamos nada en su referencia a los de hoy.
Gracias al grave complejo de inferioridad que se nos inculcaba en referencia con todo lo extranjero (Estados Unidos, Francia, Alemania, Inglaterra) los que salimos a hacer cursos de postgrado los afrontábamos con aire de inferioridad y convencidos de que esos monstruos de la sabiduría nos iban a dar vueltas por sus conocimientos tan superiores a los nuestros. Y no: resultaba finalmente que nuestros jóvenes ya universitarios obtenían resultados muy superiores en todas partes y en todas las materias y ocupaban los primeros puestos de cada rama del saber. Y hablo por experiencia propia: además de ello, obtuve la mención cum maxima laude en mis estudios de postgrado en la universidad francesa de Montpellier. Con la característica de que el año anterior obtuvo los mismos resultados otro español y que así venía sucediendo en los años de que pude tener noticia. Y con el inconveniente añadido de que nos examinábamos en idioma que no era el nuestro: mientras que los estudiantes originarios los hacían en su lengua madre.
No, no era solamente en la economía (ciencia en la que aparentemente estaban mejor formados en Europa) en la que se veían estos resultados. Un querido amigo que estudió Ingeniería Naval y que fue a Estados Unidos a hacer un curso de postgraduado, fue el primero de la promoción y la Administración de aquel país se empeñó en quedarse con él (cosa a la que él se negó, como nos negamos tantos otros). Y mencionaría un largo etcétera que no tiene cabida en estos trabajos tan cortos.
De esa situación hemos ido a dar en esta otra en la que realmente nuestros licenciados adolecen de una formación real tan pobre que el panorama resulta desalentador. No perdamos de vista que estos de hoy son los que estarían en situación de gobernar los destinos de España en un futuro inmediato. ¿Se puede pensar que mejorarán nuestras circunstancias con este material humano?
También es cierto que la situación de nuestros directores de hoy en día es francamente desalentadora, con políticos y gobernantes que en buen número no tienen ni el bachillerato y que andan dando torpes pasos en la administración del Estado día tras día.
No os extrañe, por tanto, que haya introducido el supuesto de que estos sean los resultados que el poder (no el de aquí, sino ese NOM) desee para nosotros. Es más fácil dominar a un rebaño de zotes que domesticar a quienes poseen conocimientos firmes y serios.
No procede, por tanto, que ahora nos vengan con la salmodia de que el “fracaso escolar” en España está tomando tintes trágicos. Es cierto, así es: pero la culpa tiene pruebas que salvan a todos esos borregos, torpes, vagos y delincuentes, que no son más que el producto de lo que se ha querido hacer con ellos. Porque a sistemas de formación catastróficos corresponde unos frutos como los que se están recogiendo en la cosecha.
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