De todas las crisis saben salir los políticos, pero de la crisis electoral no muchos lo consiguen. Es difícil. O debe serlo...
De todas las crisis saben salir los políticos, pero de la crisis electoral no muchos lo consiguen. Es difícil. O debe serlo. Ahora toca analizar la situación, la falta de votos y culpar a los ciudadanos de la baja participación. Lo que no saben es que los ciudadanos estamos un poco hartos de tanta especulación, tanto derroche de mentiras y de tanta vida política cargada de impavidez. Cuando leo la prensa y sigo las declaraciones de los dirigentes políticos, me quedo alucinado con todos ellos. Da igual las siglas que representen o defiendan. Si antes, en la campaña, no han tenido a bien expresar un proyecto para Europa y para los ciudadanos europeos, luego del 7-J aún menos se han acordado de nosotros. Ahora, como siempre, lo que más les importa es dónde han patinado y dónde no. Supongo que, de ningún modo, serán capaces de recapacitar y mirar atrás. Contar el número de parados desesperados, el número de absentismo escolar y la precaria calidad de nuestra enseñanza. Dudo que reconozcan que en otra campaña anterior, las generales, negaron que hubiera crisis. Dudo que ahora que el pueblo les ha echado un pequeño pulso sepan cómo responder al ciudadano. Lo más probable es que dejen correr los días (atrincherados en sus respectivas cuevas) y que este varapalo se esfume. Es que esta peña todavía no se ha enterado que el pueblo lo que quiere es trabajar. Pagar su hipoteca y la letra del coche. Que sus churris llenen la nevera y que los chavales puedan salir a la calle con un par de euros en el bolsillo. Que todo esto de la construcción de una Europa más europea que nunca está muy bien, pero que la realidad cotidiana es otra muy distinta y que en la campaña electoral no ha salido a relucir. En los debates de televisión el panorama es otro muy distinto. Allí reina la paz, la armonía, las buenas palabras y la buena educación. Ellos, los políticos, tienen en cuenta que la audiencia es abrumadora. Por tanto, se arman de respeto e intentan convencer al ciudadano de que su propuesta es la mejor. Eso sí, recordándole al adversario que cuando ellos gobernaban no hicieron esto o aquello. De todos modos, la peña ha votado y eso es lo que hay.
Yo creo que para lo que valen estas derrotas o victorias fuera de casa es para analizar profundamente las elecciones venideras. Por mucho que los políticos nos vendan (que ya lo están haciendo) que en absoluto estos resultados europeos tienen que ver con unas generales, todos, los de unas siglas y los de otra, están acojonados. Dudo mucho que una derrota socialista abra una nueva etapa en Europa. Lo que sí se va a abrir es un profundísimo debate sobre cómo se debe gestionar un país. Sobre cómo hay que hablar al pueblo y sobre cómo no se debe mentir a la peña de una manera tan ramplona y rastrera. Creo, y no sólo lo creo yo sino todos los europeos, y a los hechos me remito, que los políticos van a empezar a reaccionar y a tomarse un poco en serio los asuntos domésticos. Que nos vendan las políticas que quieran y que se lo monten con los trajes, las cacerías y los juzgados como les venga en ganas, pero que frenen el paro, las deudas, las malas políticas económicas y la cantidad de mentiras continuadas que tenemos que oír todos los días. Y que se dejen de reflexiones profundas. Que dos y dos son cuatro. Que no hay más. Que si en las europeas hemos ido a votar cuatro gatos que se preparen para las generales como esto siga del mismo modo. Que no sé si ellos saben que muchos españoles no podemos pagar trajes como los que lucen ellos y ellas, ministras cosmopolitas de mentalidades progre y gestiones vanas. Pero como ocurre siempre en política, ahora vendrán las etiquetas extremistas y decir al pueblo que la que se nos viene encima es guapa. Miren, si a partir de ahora es lo que voy a leer en la prensa y ver en los telediarios, me niego a ver la tele. Y si en las campañas no voy a oír los problemas reales de los ciudadanos (no los de los políticos), me niego a ir a un mitin. Iré por curro, no me queda otra, pero no a escuchar gilipolleces.