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El ojo de la aguja

Al doctor Antonio Francisco González

Todo un lujo contar con el Juan Ramón Jiménez, todo un lujo. ¡Que no se pierda! Donde se engrandece el personal que cuenta en el más oscuro de los anonimatos

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No puedo dejar en el tintero la angustia que pasé hace ya unos días. Eran las siete de la mañana y tenía un dolor en el pecho. En urgencias del Juan Ramón Jiménez, todo rápido, me atendió con grandeza en humanidades el doctor Antonio Francisco González, de Almería, hermana y lejana tierra, costa de la desesperanza para muchos inmigrantes que fallecen en sus aguas.

Antonio Francisco me demostró su grandeza en humanidades y, enseguida, fue al grano: pruebas, análisis varias veces, dos electros y rayos X. Trabajo que silencia hacia los demás  plegado de ánimos y grandeza en sus decires, del saber lo que hace en su palabra,  sabiduría en experiencia. Dedicación plena, fuente clarificadora  en el hacer y humana, abierta en confianza su generosidad.

En Cuidados Mínimos fue a visitarme tres veces para ver si mejoraba, y atento a los resultados de las pruebas, algo usual, pero que le distingue de otra manera en esta profesión que a algunos ciegan.

No puedo dejar por detrás al celador Manolo Cera, que me llevó a rayos X en una silla de ruedas. Una vez efectuada la prueba, se me acerca y me dice: “¿Es usted Juan Bautista Mojarro, el periodista de Viva Huelva? Me ha parecido, pero en la foto del periódico no lleva gafas”. Le dije que sí por respuesta, y Manolo Cera se llevó un buen rato hablando conmigo en la sala con su  sonrisa blanca, sincera. Me extendió la diestra y me dijo: “ Sepa usted que leo todos sus artículos”. Le mostré como mejor pude mi agradecimiento.

Y sigo en Cuidados Mínimos, cerca de siete horas, por la perseverancia y atenciones del doctor Antonio Francisco, y es que  allí se acaban todo tipo de esperas. De vez en vez, la auxiliar o doctora Ana, que desde cualquier ángulo atiende a los enfermos, a veces de palabra y otras con gestos, me preguntó que cómo me encontraba.

O ese celador, cumplidor donde los haya, Paco, o mejor dicho ‘Paquillo’, como las galenas lo llaman, que me llevaba en silla de ruedas al aseo. Lo que más duele en el ánimo es llegar a convertirse en ‘rata de hospitales’, pero así es la vida. Y hay que saber entenderla.

Recta final. Llega Antonio Francisco y me lleva a su despacho, me va a  dar el alta, y el diagnóstico, dolor movible mecánico, que nada tenía que ver con el corazón ni con la prótesis de la válvula aórtica, que  el doctor me mostró en el ordenador en estado perfecto.

Todo un lujo contar con el Juan Ramón Jiménez, todo un lujo. ¡Que no se pierda! Donde se engrandece el personal que cuenta en el más oscuro de los anonimatos. 

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