Siento repetirme, pero el director de los servicios de inteligencia españoles tiene que dimitir o ser cesado ya. No por sus excursiones pesqueras o cinegéticas, se paguen como se paguen, ni por otras actitudes presumiblemente abusivas. No porque haya sometido a la máquina de la verdad a algunos de sus agentes, buscando, con tal increíble método, a culpables de filtrar chismes de la Casa a los periodistas. No: don Alberto Saiz se tiene que marchar porque su presencia al frente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ya no es útil. Es más: resulta contraproducente. Y no podemos olvidar que el CNI está para garantizar la seguridad externa e interna de los españoles, nada menos.
Así, diga lo que diga este martes ante la comisión de secretos oficiales del Congreso, Saiz tiene que marcharse: la Casa en la madrileña Cuesta de las Perdices es un hervidero, un tumulto, el ejemplo de un levantamiento contra una autoridad que no está ejerciendo bien su papel. Y, aunque se persiga a quien hable con un periodista aplicándole máquinas de la verdad y amenazas de despido, lo cierto es que las informaciones que se filtran sobre la situación interna en un edificio que, solamente en Madrid, cuenta con más de mil empleados, son constantes y crecientemente alarmantes: afectan al buen funcionamiento del Centro y a su credibilidad con los colegas de otros países.
Los servicios de inteligencia de una nación potente deben funcionar en el silencio, la discreción, la eficacia y con una cadena de mando razonable y bien engrasada. Si no, corren el riesgo de despertar la desconfianza de los nacionales y los recelos de otros servicios de información, que en teoría deberían compartir secretos importantes con los españoles.
Y, menos aún, deben unos servicios de información provocar la risa y la mofa del personal: en el CNI no hay ni mortadelos, ni filemones, ni anacletos-agentes secretos, ni superagentes Smart. Solamente hay un director que nunca debería haber sido nombrado para el cargo y, menos aún, haber sido renovado el pasado mes de marzo, contradiciendo claramente el espíritu de la ley. Ese director tiene que irse, y confiemos en que quien puede, y debe, sustituirlo no se enroque en el sostenella y no enmendalla tan propio de nuestros gobernantes.