En las personas está cada vez más presente el mundo virtual, representado por redes sociales, chats y aparatos inteligentes. No se trata solo de una moda juvenil, pues se extiende a individuos de todas las edades, llegando a convertirse demasiadas veces en una enfermiza dependencia que se manifiesta como una auténtica sumisión psicológica a los dispositivos electrónicos que nos conectan con buena parte del mundo exterior. He de reconocer que yo mismo me siento afectado, al no ser capaz de apartarme mucho tiempo de tales artilugios.
No es raro ver por la calle a personas de cualquier edad, sexo y condición, deambulando con un rumbo que parece prefijado automáticamente, con los ojos fijos en la pantalla de un teléfono móvil o de una tableta digital, tecleando como posesos, como si esa fuese su única conexión con la vida. A estos individuos se les suele denominar “zombis urbanos”.
Estos individuos, incapaces de vivir desconectados, pueden terminar siendo un problema. Hay que esquivarlos para no chocar con ellos, incomodan con el ruido de sus artilugios y al hablar a voces de sus cosas íntimas, chatean en grupos mientras ignoran al que tienen enfrente, practican jueguecitos diseñados para no tener fin y se abstraen de su entorno hasta el extremo de poder causar accidentes de tráfico.
Cuando estos zombis se reúnen ni conversan, ni se miran, bajan sus cabezas hacia las pantallas y parecen creer que las relaciones virtuales sustituyen a comportamientos tan cotidianos como el hablar con los amigos en la barra de un bar.
Nadie puede negar que el fenómeno digital facilita las comunicaciones y el trabajo, constituyendo además un valioso elemento favorecedor de las libertades allí donde no existen. Pero también deberíamos reconocer que la dependencia tecnológica podría estar impidiendo que aprovechemos mejor cada momento de nuestras vidas, aunque es difícil saber con certeza si eliminando la ingente estimulación virtual que nos llega, lograríamos la tranquilidad y el silencio necesarios para ello.
Está claro es que si sentirse vivo pasa por la sensación de sentirse impulsado a responder rápidamente a cada señal que nos avisa de un nuevo mensaje, convendría que reflexionásemos sobre cómo vivíamos antes de disponer de los móviles.
Aunque los zombis urbanos no muerdan ni transmitan ningún virus mortal, deberían desaparecer, aunque solo sea para no tener que mantener la compostura cuando les escuchamos decir lo que no nos interesa.