Al fin, vacaciones
Por fin llegó el verano y, con él, las ansiadas vacaciones -al menos para gran parte de la población-, que nos aportarán, esperamos, una buena ración de relax.
Seguro que hay muchas actividades que nos gustaría realizar y que no podemos por falta de tiempo o porque quizá no se nos hayan ocurrido. Tal vez nos hayamos formado un estilo de vida que nos permite pocas oportunidades para el ocio.
En cualquier caso, tendríamos que buscar deliberadamente nuevas fuentes de placer que le den una visión positiva al mundo que nos rodea. Podríamos empezar emprendiendo actividades que nos supongan una fuente de satisfacción y prestar atención a todos los sentimientos positivos que se deriven de ellas. Ello nos llevará a conocer nuevas aficiones o incluso a desarrollar aquéllas que, aunque tuviéramos, apenas advertíamos en nuestro inconsciente.
Se pueden dedicar estos momentos a estar con la familia y/o la pareja, conocer gente -si es que somos muy extrovertidos y tenemos necesidad-, viajar, salir con amigos, disfrutar de la naturaleza, leer libros, leer prensa, leer folletos, leer, aunque sea, los aburridos manuales de instrucciones del sinfín de electrodomésticos que tenemos en casa (verán cómo siempre aprendemos cosas nuevas respecto a su utilización), andar o hacer deporte, llamar a amigos que hace tiempo que no vemos, estrechar lazos afectivos, mejorar el nivel cultural (para lo que habrá que evitar, en lo posible, la televisión), disfrutar de una buena conversación… Conviene también aprovechar estos momentos para pensar en uno mismo, conectar con el mundo interior, disfrutar de la soledad y el silencio y reflexionar sobre la vida propia y la de los seres queridos. Intentar disfrutar plenamente de esos momentos de ocio y desconectar del mundo laboral y obligaciones diarias rebajando el nivel de autoexigencias y tratando de ser más flexibles con las obligaciones.
Saborear y gozar de los ratos libres que nos aporta el período vacacional nos ayudará no sólo a desconectar del trabajo y de las preocupaciones diarias, sino también a recobrar la energía que necesitamos para volver a empezar cada jornada con más optimismo y, lo más importante, crecer como personas.
Mas, aunque pudiera parecer increíble, hay algunos que ven con horror este período, que les puede causar incluso una patología depresiva: los adictos al trabajo, de los que hay más de lo que pensamos. Porque la adicción al trabajo es una de las políticamente correctas, no condenadas por nuestra sociedad (es más, todo empresario desearía para sí un adicto a este tipo en su plantilla). A pesar de que el trabajo sea esencial para el bienestar físico y mental, incluso para la autoimagen y autoestima, el problema reside en el desenfreno laboral, cuando las conductas cotidianas se ajustan y acomodan únicamente a los intereses de la empresa.
El problema se puede desarrollar en personas con deficiente autoestima que buscan en el trabajo tener reconocimiento social y personal; ansían el poder, el éxito, o/y necesitan recibir constantemente reconocimientos. En ocasiones, las personas se refugian en el trabajo para llenar un vacío afectivo y calmar su ansiedad, pues tienen la idea inconsciente y falsa de que la ocupación llena este vacío.
La visión de que el trabajo es virtud está arraigada en el inconsciente colectivo (y más ahora, en un período de profunda crisis en el que el trabajo empieza a escasear). Es una óptica de la filosofía calvinista, fundamento del mundo anglosajón que sedimentó las bases para las creencias de hoy, y desde la cual se piensa que el trabajo redime y dignifica al creyente mientras el placer conduciría a la condenación eterna.
No cabe duda de que a través del trabajo el hombre se enriquece y hace valioso. Pero de ahí a no poder dejar el mismo aparcado durante las vacaciones hay un abismo. Por tanto, dejemos, en lo posible, de pensar en él y dediquémonos en cuerpo y alma al merecido descanso y tranquilidad que nos aguarda.
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