El campo, ya se despobló y, ahora, las ciudades medias españolas se convierten progresivamente en ciudades decorado. Amables, bonitas, con buena calidad de vida, pero que languidecen dulcemente en sus economías y empresas. Lugares maravillosos para vivir…, para quien tenga empleo y renta para permitírselo, claro está. Pero, como no lo hay, o el que existe no resulta lo suficientemente atractivo, los jóvenes se marchan a las grandes ciudades, sobre todo a Madrid, atraídos por el frenesí y el vértigo de posibilidades profesionales, que no sólo les proporcionan dinero sino, también, ocupaciones estimulantes.
El estado de las autonomías creada por la constitución del 78 supuso una enorme descentralización del antaño centralismo estatal. Cada autonomía administraría sus propios presupuestos, establecería sus prioridades, gestionaría sus competencias. El gobierno central fue despojado de la gestión de enormes presupuestos que pasaron a los gobiernos autonómicos, que crearon aparatos administrativos a su gusto y necesidad. Esta fue la realidad. Y, según la lógica y los pronósticos, esta fortísima descentralización – la más importante en materia política y presupuestaria de toda Europa – conllevaría una distribución de la economía, la renta y la actividad a lo largo y ancho de toda España. Pues, paradójicamente, no funcionó como se esperaba, sino que, al contrario, fue Madrid la que comenzó a ser receptora de inversiones, empleo y sedes sociales de empresas, flujo que, con el paso de los años, no sólo no se ha desacelerado, sino que, por el contrario, ha incrementado su velocidad. Hoy en día, Madrid se lo traga todo, mientras que regiones y ciudades envejecen y se despueblan. ¿Cómo pudo ocurrir este inesperado fenómeno?
Desde luego, ya no podemos achacarlo al centralismo madrileño ni a las malas infraestructuras. Las capitales autonómicas ejercen el neocentralismo y gozamos de razonables infraestructuras. ¿Por qué, entonces, las empresas se van a Madrid y crean allí el empleo más estimulante y mejor pagado? Varias son las razones. Algunas, las más obvias, internas. Madrid favorece la actividad empresarial, mientras en otras regiones se le dificulta con discurso, dificultosos trámites e impuestos. Madrid es “businessfriendly”, como afirman los cursis. Y, esto es así, escueza a quién escueza.
Pero este buen hacer de Madrid no es la única razón. Las dos razones más poderosas se conjugan con los paradigmas del siglo, la globalización – que conlleva empresas multinacionales que ponen sede en Madrid – y, sobre todo, la economía digital, en la que el ganador se lo lleva todo. En las sedes centrales residen los sueldos altos de ejecutivos, técnicos y directivos, mientras que el resto de la organización lo conforman oficios poco cualificados y peor pagados. Y es que, en la empresa digital, también desaparecen las clases medias. Estos poderosos factores concentran actividad en las grandes ciudades, Madrid y Barcelona, muy perjudicada ésta por los dislates independentistas.
¿Se puede revertir esta dinámica? No resultará fácil, pero, en manos de los ayuntamientos y autonomías, cuyos gobiernos están recién elegidos, reside el poder crear el ecosistema que favorezca la inversión y el desarrollo de empresas punteras. Fiscalidad, rapidez y certeza en los trámites y permisos; inversiones en formación, educación e innovación; discurso favorable y demás políticas propiciatorias de actividad, emprendimiento y empresa permitirán la creación de empleo atractivo que retenga a nuestros jóvenes. No nos engañemos. Las dinámicas tecnológicas y globales confabulan contra las ciudades medias y pasivas. O autonomías y ayuntamientos se ponen las pilas o terminarán convertidas en hermosas ciudades decorado, bellas por fuera, pero con esencia de geriátrico en su destino.