Apareció ya hace algún tiempo la noticia en un diario anglosajón: los españoles, y de una manera especial, los madrileños, somos los miembros de la Comunidad Europea más sucios. La verdad es que siempre uno tuvo una idea, fija y peculiar en este asunto, pero lo que más nos hiere es que venga de donde viene la noticia, cuando tanto tienen que callar en este aspecto, si no que se lo pregunten a los mallorquines con la oleada de británicos que invaden la isla, o en Canarias o Cataluña, y no digamos en todo el litoral costero de Andalucía, la cantidad de tropelías y desafueros que realizan, incluyendo la “mierda”. Pero lo que nos da una patada en los “hipocondrios” es que se desplacen desde Inglaterra y lo comprueben ‘in situ’, y nos lo digan sin pelos y señales desde fuera porque, todo hay que decirlo, cada cual reconoce sus fallos, pero que se entienda, le agrada muy poco que se lo digan extraños. Pues vayamos a nuestros “inglesitos”, que vaya que si se las traen, resulta que para reafirmar rotundamente este sambenito que nos cuelgan, se desplazaron desde las Islas hasta la capital de España con la expresa y nada gratificante idea de contar uno por uno todos los excrementos de los perros esparcidos por las calles de Madrid. ¿Saben ustedes las cifras de este original inventario? ¿Se la imaginan? Pues, ea, ahí va, miles de toneladas de porquería, a parte de las ya conocidas, las que soportaba Madrid todos los días. La verdad es que este grave problema sigue vigente, pero en menor escala, y no nos sorprende ni mucho menos. Todas la ciudades de España huelen a perros, y algunas, con más de un derribo por obras, a chorradas de gatos, que claro, este sí que es otro olor. De entrada quiero advertir al lector que uno es un verdadero amante y defensor de la naturaleza en totalidades, y muy en particular del fiel amigo del hombre, animal al que incluso le tengo dedicado una obra en prosa poética. Lo que pasa es que los dueños llevan a los nobles animalitos a hacer sus necesidades a las puertas del vecino y no en la suyas. Y es que estos ingleses se las traen, hay que ver lo que han “estudiado” para ponernos de puercos, aunque tengamos que admitir que en parte lleven su razón, porque acá, en Huelva, en la calle San Marcos, se tiene que hacer algunas veces en los acerados fintas como si de un dribling futbolístico se tratara, para no “cortar” por lo sano la caca. Entre broma y medio en serio, bien es verdad que nuestras calles de barriadas y extrarradio son las que verdaderamente acusan en mayor grado esta problemática, aunque no podemos obviar que no hay regla sin excepción: sí los hay que luego de que el canino haga sus necesidades, los dueños retiran los excrementos con bolsas o guantes de plásticos. Mientas no cunda el ejemplo y se generalice, tendremos que soportar las denuncias verbales de nuestros visitantes ingleses, por mucho que nos retumben los oídos, y también cierto olor a podrido.