Miro una foto mía en blanco y negro de cuando tenía tres años. Recuerdo que el jersey era naranja y el pantalón marrón, detrás una enredadera de hojas verdes. Aunque se me ve muy pequeñita, sé que debo tener esa edad. Lo oí explicar a Eduardo Punset: antes de los dos años no tenemos recuerdos porque tampoco tenemos lenguaje. Sin palabras no podemos componer la memoria.
La estupefacción sigue dejándome sin palabras en la edad adulta.
Seis jóvenes acusados de violar por turnos a una niña de catorce años y el juez lo ha considerado abuso.
El dolor físico, cuando es muy intenso, nos deja mudos.El emocional también. Una piedra en el riñón. Descubrir que una antigua amiga ha muerto de cáncer cuando ni siquiera te enteraste de que estaba enferma y no tuviste oportunidad de despedirte. La muerte siempre tiene ese efecto, te silencia.
La emoción, hace saltar nuestras lágrimas y calla a la boca que, haciendo grandes esfuerzos,sólo consigue farfullar. A los ochenta y cuatro, mi padre tiene más emotividad que palabras, pero ese exceso de sentimientos nos llega más profundo.
Lo terrible abre nuestros ojos de par en par mientras nadie dice una palabra. Los niños refugiados ahogados en brazos de los agentes de las patrullas costeras. Es inútil decir nada cuando la implicación es tan escasa. Puede que disponer de palabras en todos los momentos esté sobrevalorado, por mucho que el lenguaje sea una de las características que nos hace situarnos en la cima de la pirámide evolutiva. De hecho, las redes sociales, paradójicamente, en lugar de acercarnos, nos sumerge en un espejismo. Estamos permanentemente conectados y al mismo tiempo aislados, creemos estar informados pero en realidad estamos más confundidos.
Vivimos en una sociedad sobrecargada de palabras y escasa de actos, tanto en la esfera pública como en la privada. Los políticos entienden que su quehacer está más en los discursos y en las fotos. Los particulares hablamos mucho y hacemos poco, toda la fuerza se nos va por la boca, pero son los gestos los que aproximan y valen más que las imágenes y sus mil palabras.