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La Gatera

Fernando Villalón

El 8 de marzo de 1930 moría en Madrid, lejos de la tierra que tanto amaba, Fernando Villalón. Criador de toros de ojos verdes, teósofo, ganadero, poeta olvidado

Publicado: 23/10/2019 ·
22:45
· Actualizado: 23/10/2019 · 22:45
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Autor

Rosa G. Perea

Rosa G. Perea es escritora. Es cofundadora del Club de Lectura del Ateneo de Sevilla y editora en Almuzara

La Gatera

Como escritora, editora y colaboradora en medios de comunicación, Rosa G. Perea habla de todo, predominando la cultura

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El 8 de marzo de 1930 moría en Madrid, lejos de la tierra que tanto amaba, Fernando Villalón. Criador de toros de ojos verdes, teósofo, ganadero y poeta olvidado de la Generación del 27, compañero de estudios de Juan Ramón Jiménez, lector compulsivo de la nueva y la vieja poesía, espiritista y tantas cosas más... las cosas de Fernando, como le decía Federico García Lorca. Maltratado por la crítica e injustamente relegado al infierno de la poesía menor, a través de estas páginas nos cuenta su apasionante vida en primera persona y acompañado de todos los que fraguaron el mito, del hombre que terminó sus días completamente arruinado a causa de aquellos negocios absolutamente poéticos como los llamaba Rafael Alberti. Buscando y queriendo conseguir una ganadería de toros con los ojos verdes, el mito de la Atlántida, el toro-dios del relato platónico o buscando el origen de Tartessos.


Eduardo Javier Pastor, paraeño, escritor, experto en flamenco y gran conocedor de Villalón ha recorrido las huellas esquivas de su vida y las ha plasmado en un libro maravilloso que ha titulado: “Fernando Villalón, centauro de pena” inspirándose en unos versos del poema “Audaces fortuna juvat timidos que repellit” que Villalón publicó en Nueva Revista, en 1930, poco antes de morir. “El misterio del cero se apernacó en mis espaldas. / Y corro con Él -centauro de pena- por las calles concurridas,/ abriéndome paso entre las llagas que separan los pechos de las espaldas.” Una fascinante autobiografía novelada y no autorizada del poeta que inexplicablemente siempre ha tenido el “santo de espaldas” y el mundillo literario, exceptuando a loables excepciones como ésta, ha ignorado.


“...En esos paseos me tropecé una noche de difuntos con el alma en juerga de Fernando Villalón (…)  Han sido muchas las noches. Y de su mano me ha llevado a Morón. Y al campo. Y al Puerto de Santa María. Y a las marismas. Y a las calles antiguas de su Sevilla y a las orillas desbocadas de nuestro río. Hemos reído juntos. Y hemos llorado. Noches en la que los dos nos hemos perdido en los mismos ojos negros y nos hemos peleado por los mismos muslos templados, al golpe tras golpe de la juerga, del jaleo. Fernando Villalón habla y yo lo escucho. Los dos andamos, paseamos detenidamente. Y él me va contando sus cosas. Las cosas de Fernando...”


Las cosas del poeta que pidió en sus últimas voluntades que le enterrasen con su reloj en marcha como un verdadero pliego de intenciones.

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