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Harina de otro costal

No lo llames azúcar, llámalo X

El azúcar y todos los ingredientes utilizados por la industria alimentaria para enmascararlo, provocan los mismos efectos a nuestra salud.

Publicado: 09/11/2019 ·
13:36
· Actualizado: 10/11/2019 · 09:02
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Autor

Javier Fernández Daza

Graduado en Biotecnología y máster en Biotecnología Alimentaria, Industrial y Ambiental

Harina de otro costal

Divulgación científica sobre alimentación saludable para comer con conocimiento. Desmontando mitos y creencias populares

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Siguiendo el hilo del último artículo que versaba sobre los azúcares libres que se encuentran en los zumos de frutas, ya sean naturales o procesados, recomendaba que es esencial limitar la cantidad de estos en nuestra dieta. Para ello, hacía especial hincapié en la lectura del etiquetado de los productos. Si bien todos sabemos de sobra cuando hemos consumido algo más del azúcar “permitido” cuando nos zampamos un buen dulce para merendar, hay una gran cantidad de productos presentes en nuestra dieta, en mayor o en menor medida, que esconden una gran cantidad de azúcar y no estamos al tanto de ello.

En primer lugar, debemos saber qué son los azúcares libres de los que ya hablamos en el último artículo. Estos son los monosacáridos y disácaridos que adicionamos a las comidas, tanto en casa como de forma industrial, y los que encontramos en la miel, concentrados y zumos de frutas. No solo es azúcar libre el azúcar blanco que tenemos en casa. Dentro de esta definición se incluyen todos esos compuestos que nos intentan “colar” en el listado de ingredientes de muchos productos para intentar enmascarar este compuesto: azúcar de caña, sirope de ágave, azúcar invertido, fructosa, glucosa, panela, dextrina, todos los jarabes y concentrados de frutas que se os ocurran, y un largo etcétera. Todos estos ingredientes que nos pueden resultar más desconocidos tienen el mismo efecto negativo en nuestra salud, porque todos son azúcares libres en definitiva.

De un tiempo hasta hoy se le ha declarado la guerra al azúcar, debido a que se cataloga como principal responsable de la epidemia de sobrepeso, obesidad y diabetes tipo II que azota a la población. Así como anteriormente se desvió la atención hacia las grasas, y la industria alimentaria enfocó sus esfuerzos en el desarrollo de productos “light”, ahora debido a una mayor concienciación por parte de la población de lo perjudicial de abusar de este compuesto, el movimiento es el de reducir el contenido en azúcar para tener productos más saludables, o en su lugar, enmascararlo.  

Mientras que las instituciones no ponen límites a las cantidades adicionadas, ni de azúcar ni de otros ingredientes también perjudiciales, ni se establece ese polémico impuesto al azúcar del que tanto se ha hablado, es hora de que conozcamos realmente de qué se componen los alimentos, porque la verdadera medida para que la composición de los alimentos cambie es que aquellos ultraprocesados o productos no saludables dejen de consumirse.

Si gran parte de los consumidores busca a la hora de adquirir un producto aquel que no presente la palabra azúcar, la industria alimentaria juega con la ventaja de utilizar otros compuestos para que en el listado de ingredientes no encontremos la palabra que buscamos. Pero no todo son malas noticias, mediante la lectura del etiquetado del producto, somos nosotros los que tenemos el poder de elegir qué producto es más saludable y decidir entre ellos sin dejarnos guiar por la influencia de las ideas que nos transmite un simple envoltorio. Mientras que en el envase de un producto el marketing hace su función para intentar persuadirnos y que caigamos en la trampa, en el etiquetado encontramos toda la información fiable, ya que la etiqueta del producto debe cumplir con el Reglamento 1169/2011 y, por tanto, se encuentra bajo análisis y estudio en cada auditoría o inspección realizada a la empresa que fabrica el mismo.

A la hora de comprobar qué alimento es más saludable que otro de su categoría, no solo debemos fijarnos en la cantidad de azúcar que tiene, también son perjudiciales las altas concentraciones de sal o de grasas trans, por ejemplo. Para tomar una decisión más acertada a la hora de adquirir un producto, debemos fijarnos en la denominación del mismo, listado de ingredientes composición nutricional. En el Reglamento que nombré anteriormente se especifican una serie de normas de las cuales podemos obtener información muy valiosa.

En primer lugar, debemos conocer que en el listado de ingredientes estos aparecen de mayor a menor proporción hasta un 2 %, cantidad a partir de la cual los ingredientes se pueden ordenar de forma libre, para así los fabricantes poder evitar que la competencia les copie la fórmula.

Sabiendo esto, la próxima vez que compréis una tableta de chocolate observad este listado, y os acordaréis de mi cuando veáis que el ingrediente principal no es el chocolate ni el cacao sino el AZÚCAR en muchas de ellas.

Además, debemos tener en cuenta lo siguiente: si en la composición nutricional de un alimento aparece un valor de azúcares de 3,5 g / 100 g, pero en el listado de ingredientes no se incluye azúcar, ni ninguno de los ingredientes que mencioné anteriormente - miel, fructosa, azúcar de caña,etc -  entonces esos azúcares corresponden a los propios del alimento, por ejemplo, trozos de fruta en un yogur.

Entre los alimentos que se encuentran en lo más alto por su alto contenido en azúcares añadidos encontramos refrescos, tomates fritos y salsas, bollería, chucherías, cacaos solubles, postres lácteos, panes de molde, chocolates, mermeladas y cereales.

Por otro lado, también es muy interesante conocer que cuando en la denominación del producto se incluye un ingrediente, es obligatorio incluir en el listado de ellos en qué proporción está presente en el producto. De esta forma nos encontramos con grandes sorpresas como que un producto que se publicita como “PAN DE ESPELTA” en realidad lleva otras harinas en mayor proporción que la de espelta, que tan solo representa un 0,5 % del producto.

También, en este sentido, resulta muy útil fijarse en la denominación del producto para que no nos vendan gato por liebre. Por ejemplo, existen productos en el mercado que se venden como queso rallado, cuando realmente no lo son. En su envoltorio nos muestran un “Especial gratinar” o “Rallado” ya que no pueden incluir que es queso porque lo que realmente estamos comprando es prácticamente almidón.

Entre los numerosos productos que esconden ingredientes no saludables o los alimentos que comemos pensando que son algo que no son realmente, tendríamos que hacernos la famosa pregunta de si sabemos lo que comemos. Ya os puedo adelantar que la gran mayoría que piensa que sí está equivocada.

Entonces, además de declararle la guerra a las altas concentraciones de azúcar en los productos, ¿por qué no le declaramos la guerra a la desinformación? Leyendo con atención el etiquetado de los productos, dejando de lado el marketing del envasado y siguiendo esas simples pautas que os he enseñado, podemos empezar a plantarle cara a la industria alimentaria y empezar a conocer qué es lo que realmente comemos. Como decía Vargas Llosa, "Aprender a leer (etiquetados de productos alimentarios) es lo más importante que me ha pasado en la vida".

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