Millones de espermatozoides

Publicado: 11/12/2019
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Un ginecólogo gaditano me dijo un día que la concepción era una de las cosas que podríamos afirmar como “milagrosa”
Si lo piensan bien, siempre se sintieron especiales. Todos lo somos por la selección genética que hay en el proceso de confeccionarnos. Un ginecólogo gaditano me dijo un día que la concepción era una de las cosas que podríamos afirmar como “milagrosa”, por lo que un embarazo era poco menos que algo prodigioso. En todo el tiempo que me lo comentaba yo pensaba en la amiga que se me quedó preñada en la cocina de su casa a los 16, mientras parte de su familia tomaba café en el cuarto adyacente.



Todo es igual de bipolar que esta anécdota, porque partimos de distintos puntos de vista, la mayoría de las veces antagónicos Supongo que por eso la gente se enfrenta, pero sobre todo porque le “pica”. La Política no es más que el arte de hacernos participar en lo que nos duele y ellos, los que la profesan, son en este acertijo los que nos mueven los hilos adecuadamente para que los sigamos alimentando. Siempre me pareció un mal necesario, como las vacunas, pero ahora hay algunos que la quieren convertir en batallas dialécticas por la facilidad que se tiene para que cualquier comentario arda en las redes. Lo que no muchos entienden es que en esos espermatozoides -de los que todos procedemos- está la clave para saber por qué nos creemos tan especiales como para que nuestro pensamiento cuente, queramos ser Presidente de comunidad de propietarios o quien más alce la voz a modo de soprano. Y es que arrasamos con la competencia, nos colamos en el cuarto del tesoro y nos hicimos a pinceladas de ADN de aquí y de allá, ostentando los ojos azules de mamá o la mala leche del abuelo. Ahora, talluditos y esquilmados de paciencia, queremos convencer, ser amados y tener el cuerpo soñado sin hacer absolutamente nada, ni siquiera ponernos unas mallas horteras para ir a dar el pego al gimnasio. Queremos que nos admiren, ser ocurrentes, bonitos y bien hablados, pero como decía la perra de la profesora de” Fama” el éxito cuesta, si no que se lo digan a los de “Gran Hermano” sudando por no bajar el ranquin de audiencia o que los echen sin cobrar los muy gustosos emolumentos que sacan. No hay como ser médico de urgencias o reportero en casa para saber que el origen genético no alza y que más que nada eres un mandado de cualquiera que tenga más galones que tú o que grite más fuerte. Pero ahí seguimos empujando para caer más hondo en el barranco de la ridiculez, el desosiego o la mentira. No hay como ser residente de geriátrico para comprender que las horas han pasado y que tu reloj se paró porque lo compraste en alguna tómbola. Los bancos al sol no tienen fecha en el calendario, ni el hambre de los gorriones, ni los “me gustas”. Solo el tiempo que cruza fronteras, hace noche en el pecho y vuelve a tronar con rayos celestiales y semáforos encendidos para que nadie los vea.

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