El Ciclo de Humor de la Temporada de Otoño del Teatro Villamarta de Jerez hizo su segunda parada sobre las tablas este pasado sábado con la representación de La cena de los generales, original del veterano dramaturgo José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas, Bajarse al moro...), bajo la dirección del prestigioso Miguel Narros y con un reparto encabezado por Sancho Gracia y Juanjo Cucalón. Las excelentes referencias que precedían a la llegada de la obra, así como su original punto de partida argumental, avivaron una expectación que quedó de manifiesto con el lleno del aforo y la extendida satisfacción del público a la finalización de la función.
Todo transcurre a lo largo de un día, el 15 de abril de 1939, en la cocina del Hotel Palace de Madrid. Franco ha decidido rendir homenaje a sus generales por el desarrollo de la contienda con la celebración de una cena. El teniente de intendencia Medina (Juanjo Cucalón) se desplaza al hotel para organizarlo todo junto al maitre (Sancho Gracia), aunque éste le informa de la ausencia de personal para preparar la cena, ya que todo el equipo de cocineros se encuentra en prisión por sus ideas políticas. La única salida posible pasa por sacarlos de la cárcel por un día para que cumplan con la labor, a lo que termina accediendo el militar como mal menor. No obstante, la situación se complica cuando entran en escena los camareros del hotel, todos ellos vinculados a la derecha y a la falange, y comienzan a rebrotar las diferencias que el desarrollo de la guerra ha terminado por sobredimensionar.
La cocina del Palace se convierte entonces en el reflejo de las dos Españas, estigmatizadas a su vez por la condición y diferenciación entre vencedores y vencidos, aunque desde una óptica en la que sobresalen los males de una y otra parte y se propone como reflexión el valor (inexistente en su momento) de la reconciliación, como paso necesario (e inmaterializado) para la reconstrucción nacional tras el conflicto bélico.
En este sentido, Alonso de Santos apuesta por un discurso inteligente, salpicado de constantes notas de humor, y que redirecciona en dos vías: la que toma como base sólida de la trama esa eterna pugna entre bandos, que aquí procura elminar asperezas a regañadientes desde el momento en que cada parte cede o se ofrece a las pretensiones de la otra; y la de una trama paralela, más peliculera, sobre los planes del maitre para aprovechar las circunstancias y ayudar a la fuga de dos de los cocineros apresados. Hay, obviamente, un enfoque caricaturizador de las figuras que encarnan el poder represor de franquistas y fascistas, como auténticos responsables de la inalcanzable reconciliación, aunque a lo largo de las más de dos horas de representación se suceden también las autocríticas en el bando de los vencidos, como reflejo del callejón sin salida al que se encaminaron las dos partes, y del que sólo regresó la imagen triunfante y avasalladora de una de ellas.
La obra, a consecuencia, aspira a un marcado carácter coral, y lo hace cediendo su propia parcela de protagonismo a los diferentes personajes que comparten el escenario durante la mayor parte de la obra, pero también por medio de una escenografía que potencia la función panorámica de su campo de influencia visual para desarrollar al mismo tiempo diferentes acciones sobre el decorado. No se trata, pues, de un duelo interpretativo entre Sancho Gracia y Juanjo Cucalón, aunque la obra funciona mucho mejor cuando uno de ellos está sobre el escenario. El primero, porque se basta por sí solo para llenar la escena, y el segundo porque su personaje es el que logra sobresalir de entre todos los implicados en la historia y el que encarna la viabilidad de una reconciliación que antepone los hechos a las ideas. Lo de Gracia sorprende menos, porque ya teníamos constancia de su capacidad para hipnotizar o acaparar la atención con su presencia en otros escenarios -si tienen ocasión, vean La hora bruja, de Jaime de Armiñán, y comprenderán a qué me refiero-; de ahí que la labor de Cucalón parezca más meritoria y entrañable, incluso se nos antoja próxima a los registros cómicos de Peter Sellers -el bigotito invita a ello-.
En este sentido, aquellas escenas en las que apenas intervienen los protagonistas principales se hacen algo lentas y espesas, como una especie de lastre en el conjunto que frena las brillantes aspiraciones de su punto de partida; hay algo ahí que no termina de funcionar, tal vez porque redunda en exceso en la tragedia de los que acabaron en la cárcel y en la aparente intransigencia de los que ocuparon el bando de los vencedores, sin que ello permita avanzar o enriquecer la reflexión acerca de los males que siguen aquejando hoy en día a los que siguen diferenciando y subrayando las virtudes de uno u otro lado, como sello distintivo de un pueblo incapaz de reconocer en el otro avances y virtudes.
El caso no es que la reconciliación fuese imposible, sino que desde cada bando se reprimía -y se sigue reprimiendo- a los que ponen de su parte por intentar cambiar las cosas.
‘dos menos’
El Ciclo de Humor de la temporada de otoño del Teatro Villamarta concluye dentro de un mes con una obra muy interesante, Dos menos, tanto por lo que plantea -la optimista y desbordante vitalidad de dos sexagenarios al borde de la muerte- como por los encargados de entablar el duelo interpretativo sobre el escenario, José Sacristán y Héctor Alterio.
Basada en el texto de Samuel Benchetrit, llegará a Jerez el próximo sábado 14 de noviembre, en una única función a las 20,30 horas.
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