Era de esperar. Como toda enfermedad vírica, su causante muta, se disfraza e intenta pasar desapercibido ante los medicamentos existentes en los almacenes de cualquier farmacia.
El Covid-19, aprovechando los Carnavales, se ha pillado un disfraz nuevo, de manera que ahora, cuando, presuntamente, veamos a un Jefe del Estado regalando decenas de millones a una amiga emérita, no nos queda otro remedio que el de lavarnos las manos, hacer como que hemos nacido en Goteborg, y dejarlo pasar, basándonos en una supuesta inviolabilidad, que de facto no existe, para vergüenza de los Pilatos de siempre.
Sinceramente, me da igual a quién le haya regalado 65 millones de euros, en base a qué se ha realizado dicho regalo ni las contraprestaciones que haya recibido Su Campechanía a cambio. Eso es secundario, detalles de alcoba que sólo
interesan al papel couché y a sus lectores. Me produce extrema sudoración inguinal si es que le tenía cariño al niño o si era por sostenerle el rifle mientras disparaba a rinocerontes en Botswana.
Lo que realmente me importa es de dónde procede ese dineral. Una simple operación matemática nos indica que se necesitan, con su sueldo, varios siglos para poder reunir semejante cantidad de euros, eso sin gastarse ni un céntimo en pipas. Entonces, si no es de su asignación, ¿de dónde procede? ¿Carles Fabra le pasaba billetes de lotería de Navidad? ¿es el puto amo del póker online, de las apuestas, del trading? ¿O quizás estamos hablando de posibles comisiones por obras y contratos obtenidos por grandes empresas españolas en el extranjero, en países mucho más democráticos que Venezuela, como los Emiratos Árabes? ¿Es que el sueldo que le hemos pagado los españoles religiosamente le sabía a poco y tenía que pillarse un minijob para llegar a fin de mes?
Me gusta la transparencia. Aspiro a que las finanzas de nuestros cargos públicos sean como los vestidos de Nochevieja de Cristina Pedroche, y que sepamos dónde van nuestros euros, a qué se dedican, qué patrimonio tienen y de dónde procede. Porque la opacidad genera desconfianza, recelo y rechazo.
Así que yo si quiero que se investigue al Emérito, sus actividades verticales, sus cuentas corrientes y todo aquello que tenga que ver con sus actos, tanto en su etapa como máximo representante del Estado como ahora. Hay que llegar hasta el fondo del asunto, y ver si tenemos que asumir que tendríamos que haber votado a otro Rey.