Quién no recuerda que si Málaga o Granada -por motivos técnicos- quedaban rezagadas en las fases se consideraba por las autoridades locales y de Andalucía como una ofensa insufrible? ¿Por qué la presidenta de Madrid hacía ostentación de llegar tarde a las reuniones telemáticas de todos los presidentes autonómicos por motivos fútiles, como una misa o esperar un avión de China? ¿Por qué los debates sobre las prórrogas de los estados de alarma se convertían en un rifirrafe estéril entre democracia y dictadura? Si los partidos de la derecha se ensañaron con las manifestaciones del 8-M por la salud ¿por qué no condenaron las manifestaciones -en pleno estado de alarma- de las manifestaciones del barrio de Salamanca o la que recorrió Madrid con Vox?
Acierta Javier Pérez Royo cuando afirma que “La propagación descontrolada de los contagios es expresión de una patología política, de un mal funcionamiento de nuestro sistema político”. España ha sido diferente a Europa porque la pandemia del Covid-19 fue política desde el primer momento. El virus “comunista” y “chino” ha sido una oportunidad electoral para Donald Trump para una campaña antichina en las presidenciales americanas. En España ha sido vista como la oportunidad para tumbar al gobierno. Ha sido necesario llevar por el ronzal a los partidos de la oposición -salvo Ciudadanos- a la aprobación de los sucesivos estados de alarma. Hubo un momento en que ello fue imposible. Pudo más el odio y el cálculo político que la salud de los españoles. De la desescalada precipitada vienen los actuales lodos.
La política ha contaminado la pandemia. La mala política. Algunos han estado recitando cada día el ¡Oh, Capitán, mi Capitán! de Walt Whitman. Y no el verso de “Ha terminado el proceloso viaje. El barco ha salvado todos los escollos…” Más bien se deleitaban -políticamente- con otro verso: “en cubierta, yace mi Capitán, frío y muerto”. Era el objetivo. Así no se puede luchar contra la pandemia, ni contra el paro, ni contra los peligros que nos acechan dentro y fuera del país.
Se han sembrado dudas sobre el Estado de las Autonomías. Pero las dudas deberían ser sobre sus dirigentes políticos. Reparto de culpas: por el partido, por las competencias, por la independencia, por el líder. ¿Pacto de Estado por la Sanidad? Ojalá.