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Cádiz

Diez años de la muerte de los cinco tédax militares: La munición no se podía usar

Pepe Candón, gaditano residente en Chiclana, rememora junto a un compañero la tragedia ocurrida en el campo de adiestramiento de El Palancar

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Andaluc�a Informaci�n
  • El gaditano José Manuel Candón, uno de los tres militares que resultaron heridos en el siniestro. -

Un cráter y en su centro ocho minas anticarro con 40 kilos de explosivo. Son las diez y cuarto de la mañana del 24 de febrero de 2011 y ocho militares se disponen a hacerlas explotar de forma controlada con un "dardo de fuego". En la preparación todo vuela por los aires, llevándose la vida de cinco de ellos.
Lo que queremos es que se reconozca la verdad de lo que ha ocurrido, esto no puede quedar en que fue un accidente fortuito
Diez años después de la tragedia ocurrida en la madrileña Academia de Ingenieros de Hoyo de Manzanares, los tres supervivientes de uno de los accidentes más letales de las Fuerzas Armada hablan con EFE para recordar a los fallecidos, en una jornada ensombrecida por la lentitud de una justicia militar que aún no ha dictaminado qué paso en el campo de adiestramiento de El Palancar.

Dos de ellos, Pepe Candón y Raúl González, cuentan hoy de milagro el estallido de un total de 60 kilos de explosivo porque se encontraban más lejos que sus cinco compañeros, a unos 15 metros del cráter.

Tienen alrededor de un 80 % de discapacidad, perdieron un ojo cada uno y gran parte de la visión del otro, pero encontraron en el deporte su "vía de escape". Salen a montar en bici o correr juntos, una afición que Pepe ha convertido casi en profesión y con la que ha llegado a ser campeón del mundo de paratriatlón. "Entre los dos sumamos medio topo y lo que no oye el uno, lo oye el otro", bromea al teléfono este gaditano residente en Chiclana.

Ese día, a la mujer de Pepe le dijeron en el tren camino a Madrid que se fuera haciendo a la idea de que su marido no saldría de aquella. Pero lo consiguió, no como Víctor, Javier (Javi, amigo suyo desde hacía "veintitantos años"), Sergio, Mario y Miguel Ángel.

"A mi me envolvió la onda expansiva y me salvó que no llevaba el casco sujeto a la barbilla", que habría actuado, relata, de "paracaídas" letal arrancando la cabeza del cuerpo.

Estuvo dos meses en el hospital Gómez Ulla recuperándose y hoy, 35 operaciones después, este teniente retirado sigue reclamando justicia para él y sus compañeros. "No fue un accidente fortuito, hubo una negligencia y la munición nunca debió estar allí" porque estaba -afirma- caducada.

La batalla judicial comenzó en 2013, cuando un juzgado togado de lo militar archivó el caso. En 2017, los supervivientes y las familias de los fallecidos pidieron reabrirlo ante nuevas pruebas de que la munición usada en las prácticas había sido declarada "inútil" y no se podía utilizar. El juzgado lo rechazó, pero el tribunal militar superior ordenó reabrirlo en 2018.

La nueva titular del Juzgado Togado Militar 11 de Madrid tomó entonces declaración a varias personas, entre ellas Pepe. "Eso nos motivó mucho, parecía un cambio de actitud", pero no volvieron a tener noticias. En marzo hará dos años del último de sus cuatro escritos pidiendo nuevas diligencias, ninguno de ellos contestado.

"Lo que queremos es que se reconozca la verdad de lo que ha ocurrido, esto no puede quedar en que fue un accidente fortuito", denuncia Pepe apuntando que el Ejército de Tierra reconoce que la munición se había declarado "inútil" en diciembre de 2010 y el Ministerio de Defensa ha certificado que desde 1999 los explosivos caducados no se podían usar en prácticas.

A unas minas del mismo lote, explica, les hicieron una prueba y detonaron con medio kilo de presión, cuando deben aguantar 300. Tenían 34 años de antigüedad. "A nosotros ese día nos dieron basura para hacer prácticas", sentencia.

Hoy, este teniente de 44 años se confiesa "abatido" e incluso ha renunciado a su pertenencia al Tercio de Armada por un reciente desplante. "Nunca esperaba que un décimo aniversario se celebrara protestando, mancha la imagen del aniversario y no se merecían eso, ni las familias ni la memoria de ellos".

A cien metros de su casa vive Raúl, su compañero de carreras, santanderino brigada retirado de 46 años que lleva 28 en Cádiz. "Ninguno de los dos teníamos que haber sobrevivido. A la distancia que estábamos, en todas las estadísticas eso era una muerte segura", recuerda.

Él no perdió la consciencia. "Noté un inmenso crujido y de repente perdí la vista". Luego se echó al suelo en posición de seguridad y pidió una ambulancia. Incluso le ofreció a los médicos ir andando. "Me dijeron que ni hablar". Tenía el cráneo partido.

"Es nuestro mundo, es lo que vivimos y en lo que trabajamos. Nunca he sido militar con el afán de matar a alguien, sino con vocación de servicio. Me hice desactivador de explosivos para salvar vidas", reflexiona una década después.

"Porque tenía que pasar, porque la estadística existe y porque hay cosas que se hicieron mal". Raúl se considera víctima de los recortes económicos, que en 2011 provocaron que se usara munición caducada, "porque cuesta mucho desmilitarizarla y cuesta mucho comprarla".

Unos pocos metros detrás suyo, ese 24 de febrero de 2011 estaba el cabo primero Herminio Álvarez, que resultó herido leve porque Raúl, alias bull por su gran envergadura, le sirvió de parapeto. "Yo le digo que es mi ángel".

Este sevillano de 46 años sufre dos hernias de disco. "No estoy para quejarme mucho", reconoce si se compara con los demás, pero confiesa que al principio se quería morir. "¿Por qué no soy yo uno de ellos?", se preguntaba una y otra vez. Con el tiempo, ese sentimiento se desvanece pero es una experiencia que no se la desea ni a su "peor enemigo".

Herminio, que pide que "se haga justicia", no tiene muchas ganas de conmemorar el aniversario con un acto privado en el Tercio de Armada al que está invitado, porque lo vivido, dice, le pesa. "Se viene conmigo a la tumba".

Y manda "mucha fuerza" a las familias de los que no han vivido para contarlo: Víctor Manuel Zamora Letelier, Javier Muñoz Gómez, Sergio Valdepeñas Martín, Mario Hernández Mateo y Miguel Ángel Díaz Ruiz.

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