En lo más bajo del sistema de castas hindú está la oprimida comunidad dalit o intocable, y entre ellos, en las profundidades, los musahars, literalmente los "come ratas". Pero sus mujeres se han rebelado contra la discriminación en un movimiento por la dignidad y el respeto. Ya no tienen miedo.
Jeetni Devi, de 40 años, se ríe a carcajadas. Recuerda cómo en una ocasión, al subirse a un carruaje de caballos que hacía de transporte comunitario, una mujer de casta superior saltó asustada porque subía una musahar. "La gente evitaba sentarse cerca de nosotros". Son seres contaminantes, no se pueden tocar.
En una función pública, por ejemplo, si les servían comida, lo hacían cuando terminaran las castas superiores en un área alejada, entregándoles muchas veces solo los restos. "Una vez terminábamos y nos marchábamos, limpiaban todo el lugar", explica a EFE Jeetni en un espacio comunitario en Patna, en el norte de la India.
Pero eso era antes, remarca. Antes de que descubriera que tenía los mismos derechos que el resto, sin importar la casta. Jeetni habla con seguridad, mirando a los ojos y con la cabeza erguida.
"También nos pagaban salarios más bajos. Ahora, si nos pagan unos salarios que consideremos injustos, no vamos a trabajar. No cedemos a su presión. Y si vienen a nuestra área (a presionar, incluso a golpes), nos enfrentamos a ellos", dice esta madre de dos hijos.
Como le cobraban más por los vegetales, decidió cultivarlos. Ha ayudado a 300 miembros de su comunidad a recibir cartillas de racionamiento y a otros 50 a que se inscriban en trabajos públicos, también anima a las familias a que manden a sus hijos a la escuela. "Me esfuerzo mucho en motivar a la gente y concienciarlos".
"Antes de conocer a los activistas, teníamos muchos problemas. No teníamos mucha idea de las cosas. Aprendimos de ellos y ahora somos capaces de hacerlo por nosotros mismos. Otros (de casta alta) solían asustarnos, amenazarnos (...) Presenté una denuncia y encarcelaron tres meses (al que me amenazó). Ahora la gente me saluda con respeto", remarca Jeetni, convertida en líder de su comunidad.
LOS ACTIVISTAS
Entre los que les ayudaron a descubrir sus derechos está la organización católica Manthan, que lleva trabajando desde 1975 con los musahars en el estado de Bihar, uno de los más retrasados de la India, donde la corrupción y la ley del más fuerte predomina.
El padre Juno K. George nos recibe en su parroquia a las afueras de Patna, la capital regional, en unas instalaciones que estaban destinadas a los funcionarios de Ferrocarriles durante la época colonial británica. Es tranquila, alejada del caos de la ciudad.
Este sacerdote sigue los pasos en Manthan de su fundador, el padre Philip, que comenzó a trabajar con los musahars hace casi medio siglo, al descubrir la extrema marginalidad en la que se encontraba este grupo, deshumanizados por el resto.
"Descubrió que el problema básico era la falta de conciencia sobre sus derechos (...) Cuando les dijo que tenían derecho a beber agua limpia, eso generó mucho interés en la gente. Intervino y luego el gobierno puso cañerías por primera vez en sus pueblos", afirma el padre George, que añade que de lo contrario la gente podía tardar una hora en conseguir que las castas superiores les dieran agua.
La intocabilidad sigue presente. Si acude a sus áreas alguien de casta alta, no tocará nada, y al sentarse lo hará en una silla y los musahars en el suelo. Incluso en la separación de los barrios por castas, el barrio musahar está en un extremo a las afueras, hacia donde se dirigirá habitualmente el viento. Las castas altas "incluso no quieren que la brisa" que pasa por ese barrio les toque.
En este proceso de cambio, la educación es básica. "Puede llevar una o dos generaciones para que se establezca, pero después esta bola de la educación comenzará a rodar y moverse. No hay otra opción, no hay píldoras o atajos para cambiar" esta situación.
En la actualidad, sus programas cubren a unas 30.000 personas, de las cuales alrededor del millar son niños inscritos en su proceso educativo, que por primera vez lograron alcanzar su culmen con dos de las estudiantes: se acaban de licenciar en enfermería.
"Es bueno para toda la comunidad musahar. Ahora (los más jóvenes) tiene un modelo al que aspirar", celebra el sacerdote, reconociendo que en general se trata de una juventud "perdida".
LAS MUJERES, MOTOR DEL CAMBIO
Para canalizar este cambio, Manthan se dio cuenta de que contar con las mujeres era básico, porque "en la comunidad musahar, son las mujeres las que juegan un rol importante", anota el padre George. "Así que empezamos a organizarlas".
En uno de los barrios musahars a las afueras de Patna esperan congregadas sentadas en el suelo las líderes de la comunidad. No hay ratas, pero sí cientos de moscas revoloteando que se posan en sus caras o en la ropa.
Sohago Devi, viuda de "quizá 35 o 40 años, cómo voy a saberlo", y madre de tres hijos, despacha con naturalidad el tema de las ratas. "Ya no las conseguimos, las comía cuando era niña. Cuando cosechábamos arroz solíamos encontrar ratas (de campo) y, a veces, nos las comíamos. Ahora no lo hacemos", explica a EFE.
La anciana Fulwanti Devi, de 65 años, tiene siete hijos, y cuenta que le tocó vivir dos realidades, la de la intocabilidad extrema, y la actual, en la que gracias al apoyo y enseñanzas de organizaciones como Manthan "las cosas han cambiado un montón".
"Antes, si alguno de nosotros se sentaba en un catre y alguien de casta superior pasaba, tenía que ponerse de pie con respeto o comenzarían a golpearle. Pero ahora todos somos iguales. Antes les temíamos, pero ahora no existe el miedo", sentencia.
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Las "come ratas" de la India se rebelan
Los musahars se han rebelado contra la discriminación en un movimiento por la dignidad y el respeto. Ya no tienen miedo
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