Tengo la suerte de escribir en este periódico, donde nunca ni en la anterior etapa ni en esta, me han tocado una coma de mis líneas. Ni por tendencia política ni por tema a tratar. Hoy voy a seguir abusando de este privilegio, para escribir estas líneas de un hombre que firmaba sus letras en otro periódico de la ciudad. Creo que es merecido que le haga un gorigori, expresión que creo que él mismo acuñó y titular esta columna con una frase que pronunciaba muy a menudo, cuando tenía que dar las gracias por algo. Aunque ya haya habido muchos en estos días, pero nunca fue mal año por mucho trigo.
Se ha ido el maestro del Recuadro, el mismo que ha aparecido vacío en la edición de ayer jueves del periódico al que durante tantos años consagró su magia. Sí, su magia. Porque las letras de maestro Burgos eran magia.
¿Era poeta o era un juglar? ¿Era un narrador de cosas o simplemente era un periodista? ¿Era difícil en su trato o quizás no era entendido? ¿Era raro o los raros éramos los demás? Sea lo que fuere, algo que además personalmente no me importa, Antonio Burgos ha dejado más de lo que la vida le podía reclamar, por mucho que las estanterías y paredes de su casa estuvieran enmoquetadas de premios y distinciones. Burgos ha dejado más, mucho más de lo que cualquiera hubiera dado. Imagino que, quienes le conocían más de cerca, podrán pensar que ha tenido una vida plena. Yo creo que hay algo más: que nos ha llenado los días con una literatura a golpe de artículo periodístico con un estilo que será estudiado, si no lo es ya. Y del que muchos hemos querido aprender a base de lectura, pero que solo los más aventajados podrán llegar a intentar imitarlo.
Burgos, cada mañana, nos enseñaba a moldear el lenguaje a su antojo: quizás esa sea una de las más importantes lecciones que deja a aquellos a los que nos gusta aporrear el teclado. Que podemos moldear las palabras y las frases hasta ese límite que el lenguaje nos permite, sin menoscabo de derramar la guasa y la sevillanía cuando ésta viene al caso.
¿Se ha ido Burgos? ¿Se ha ido para siempre? No. Rotundamente no. Deja lo que siempre nos dejan los artistas: sus obras, en su caso sus palabras. No sus escritos, que es algo muy distinto. Nos deja sus palabras como el regusto de una buena comida, con el saboreo de unos labios agradecidos, para poder disfrutarlas cada vez que queramos. Insisto, sus palabras y no sus escritos. Solo las palabras concatenadas son las que hacen las líneas y las líneas sus artículos. Quedémonos con la base de todo, con las palabras y la forma tan singular de unirlas. Si descubrimos ese secreto entonces lo sabremos todo. Y lo entenderemos todo.
Descanse en paz, querido Antonio. Ahora seremos otros, en el difícil empeño de aprender, el que le digamos: ¿qué se debe aquí, usted?