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LIX Pregón: Un corazón abierto entregado a la esperanza

Ignacio Liaño: "la esperanza es amor con apellidos"

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"¿Cómo empezar esta historia y que no parezca un sueño?" se preguntaba Juan Antonio Liaño tras la interpretación de 'Coronación de la Macarena' por la banda de música Maestro Enrique Galán. Un sueño porque en ese mismo escenario del auditorio municipal 'Alcalde Felipe Benítez' pregonaría Ignacio Liaño la Semana Mayor de su pueblo, cuando 35 años antes, el mismo día y a la misma edad su padre, Juan Antonio Liaño, fue pregonero.

Además, el sueño se engrandecía con la presencia del pregonero de 1966, Manuel Liaño, quien recibió "una hermosa llamada" en la que se decía: "abuelo, voy a ser el pregonero de la Semana Santa de Rota y quiero que mi padre y tú seáis mis presentadores". Su tío, primer pregonero de la historia, su abuelo, su padre y ahora él. La premisa era clara: "volvemos a escribir la senda de nuestra Semana Santa" como bien dijo Manuel Liaño.

"Recuerdo como escribía mis pregones contigo sentado en mi falda" rememoró Juan Antonio Liaño en una cita que acrecentaba la tradición de esta familia y dejaba entrever que Ignacio Liaño "había nacido para esto". El orgullo se manifestaba en los atriles del escenario de quienes anunciaban que "ya ha llegado ese momento", el momento en el que Ignacio tomase la palabra o como expresó Juan Antonio Liaño: "el momento verdadero de proclamar la palabra donde la fe es tu credo" y Manuel Liaño sentenció con un "tuya es la voz, pregonero" para arrancar los olé del auditorio para que un mar de aplausos recibieran al LIX pregonero de la Semana Santa roteña.

'Amarguras' comenzó a sonar cuando la muchedumbre se calmó ante la presentación de un padre y un abuelo invadidos por la emoción y el orgullo de ver una parte de sí mismas afrontar un momento único e irrepetible. Ignacio Liaño acudió a su cita porque como bien anunciaba su padre "ya ha llegado ese momento". Ignacio emprendió un camino de escasos metros que separaban su asiento del atril, decidido y convencido de contar su "historia". Pero, para comenzar siempre hay que recordar el origen, el punto de partida inicial e Ignacio suspiró y fijó su mirada al frente para arrancar su pregón: "a mi madre que me parió roteño, a mi padre que me enseño a cantar".

El pregonero confesó que "quiero contar una historia que da sentido a mi vida" como premisa inicial de su discurso. Ignacio impuso su voz ante el sepulcral silencio del auditorio para esclarecer que "hoy vengo a cantar victoria" bajo un mantra propio de la pasión cristiana al reconocer que "el dolor es belleza". Ignacio clavó su mirada ante la oscuridad que le enfrentaba y con decisión dijo: "podrán pasarnos los días, podrán vencernos los años que si te encuentra el recuerdo que si te encuentra el recuerdo: habrá Domingo de Ramos" y en su profundización de la memoria aseguró que "altos quedan los pasos, alta queda la cruz", pero no dudó ni un ápice que "mientras vuelvas a tu infancia habrá Domingo de Ramos".

Su alusión a la Semana Santa prosiguió, abandonando el recuerdo y la conexión de la niñez con el primer día de la Semana Mayor porque aún en la pasión que revive el cristianismo "el lunes no dolerá en su madera de junco". Y este dolor placebo procede del dictamen de "dos ojos verdes que lucen calvario injusto" para expresar la voluntad de "una esperanza en su muerte y Carmen en su sepulcro". Y la aflicción llegará el martes porque "penas serán las que el martes apesaran al compasivo" como bien cantó Ignacio, pero solo como preámbulo de esa noche de silencio donde "crepitan las cadenas en la noche del sigilo" anunciando la llegada de un hombre a la ermita, quien será coronado como rey de los judíos.  

"Serás tú quien nos libere" exclamó Ignacio señalando al horizonte mientras la intensidad de su voz se elevaba, y trasladaba, para reclamar: "tres llantos para este miércoles que alivian sus tres caídas". Y en la retórica de su pregón lanzó una pregunta con una sonrisa dibujada en su rostro al anunciar la llegada de Cristo con "el alma hecha tiritas" porque no importaba cuanto puedas renunciar a la herida o al dolor que "a ti los jueves te alcanzan".

Ignacio puntualizó que "si hay amores que duelen, hay Dolores que conquistan" para proseguir en su viaje que comenzaba a alcanzarle la noche más oscura de la madrugada. Una madrugada que más allá de cualquier temor a Ignacio le produce un placer inenarrable a pesar de que la tristeza se ensanche. Es en la madrugada donde el pregonero contó que es cuando "este pueblo despierta por el perfil de su gracia" y alzó su mirada para ofrecer una paradoja que solo tiene sentido en la Semana Santa al ser tan "amarga su Amargura, siendo tan dulce su cara".

Las cruces protagonizan y "gobiernan el viernes" donde solo se impone una única ley a cargo de la Vera Cruz. Es en esta noche cuando "vuelve a verse enamorada" y mientras las campanas atestiguan que la niña es adulta y la virgen es novia porque "delante yacente va su custodia, urna y tesoro". La narración de la Semana Santa en forma de décima cobró el éxtasis propio de la fe con la consumación de la resurrección porque fue ahí cuando Ignacio confesó que tiene "6 amores, 7 días", reafirmándose en que "hoy vengo a cantar victoria" desdibujando que "si el dolor sabe a gloria, la vida lo irá explicando".

En esta primera intervención de carácter general, Ignacio lanzó sus décimas como proclamas de la Semana Mayor roteña sin dar detalles de su historia porque sería tras el atronador estruendo de los aplausos cuando el pregonero fue floreciendo en primavera como un lirio para no esconder nada de sí. Su palabra fue tornando a recuerdo, arañó las paredes de su memoria y contó en primera persona su implicación cofrade en la Villa. Pero, quien se alzase por encima de todos desde un atril en el LIX Pregón no era más que un niño ayer y siempre. Ignacio tejió a través de la palabra un sentir, su sentir, cristiano y lleno de fe y verdad.

Ignacio dejó una descripción detallada y llena de matices de una levantá y mientras pronunciaba sus palabras parecía verse en sus ojos un golpe de martillo que "lentamente somos elevados y en ese mismo cielo añil y burdeos que dura un momento y a la vez nunca cesa, colmamos nuestra sed de vocaciones a medida que somos trasladados y volvemos a la realidad terrena en una chicotá inenarrable".

Además, el pregonero personificó a la fe para poder sentenciar que "con ella comienza todo" y que su adquisición es de carácter hereditario y familiar. Así, reforzando su contar recurrió al andar del costalero porque "su pie izquierdo sabe latín y griego si se lo propusiese" y "el pie derecho que arrastra no es otra cosa que la inercia de Dios que empuja siempre por encima de todo".

El pregonero confesó que "hoy vengo a contaros quién fue quien talló esos pies en los que dejamos caer nuestros anhelos", un titular que no le ha dejado dormir en todo este tiempo en un primer paso de aperturismo sobre su persona al emplear un elemento cotidiano de su oficio, el periodismo. "Soy el niño que madruga" se declaró Ignacio ante su pueblo, definiéndose "el pregonero que conjuga todos los tiempos del sueño" y tuvo para pedir perdón al Señor si en algún momento soltó su mano por ir buscando su esperanza.

El pregonero comenzó a incrementar sus intimidades en el ecuador del acto y uno de sus primeros pasos fue desvelando un secreto a voces: su Ignacio Merello, su hogar. La ubicación era importante para dotar de contexto al espectador, saber dónde comienza su historia era de vital importancia para comprender su camino.

Fuertes brotes de nostalgia florecían en su sonrisa al recrear los partidos que jugó en la Plaza Barroso, sus primeros caramelos de sus "penitentes bolsillos" en el 'Pirulí' o el "dulce aroma a libertad" que desprendía la pastelería 'Torremolinos'. De esta manera, se ampliaban las localizaciones de su pasado porque la infancia del pregonero es una pieza hegemónica en su cantar porque Ignacio afirmó que "un niño soy ayer y siempre".

Ignacio reivindicó que "sé bien de dónde vengo y a dónde voy" en una carta abierta a la importancia de su educación, de la transmisión de unos valores enmarcados en la fe cristiana que ayer dieron sentido a sus palabras durante su pregón. Es entonces cuando no pudo evitar acudir a su origen a su influencia salesiana en el colegio de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

"La esperanza es el amor con apellidos" declaró con una bondad inequívoca que "no nos deja caer en los brazos de la desesperación", fundamentando el grueso de su discurso porque ¿qué es la fe sin esperanza? Ignacio subrayó bajo la tinta del sentir de sus palabras que el pregón sería una cuestión de esperanza. Y mientras profundizó en cada uno de los pasos que procesionan por Rota durante la Semana Santa, Ignacio dejó al auditorio encogido ante una confesión a corazón abierto.

Es sabido por todos su vinculación y devoción por los Dolores. Los asistentes mientras oían las décimas y prosa de Ignacio sobre cada Cristo y cada Virgen sabían que algo especial y mágico arrancaría de su garganta al hablar de 'su ojito derecho'. Ignacio se abrió en canal en una confesión plena, en un dolor que lo ha marcado de por vida y lo acompañará siempre.

Ignacio aclaró el polvo de su garganta con las lágrimas del ayer para mostrar un corazón herido por un suplicio incomprensible, individual y humano que es la pérdida de una madre. Una penitencia, una cruz, que solo él puede cargar abrazado a la esperanza y con el llanto de fondo. "Ahora me está mirando fijamente" confesaba con la mirada perdida en un lugar que no compartía con los asistentes. En el brillo de sus ojos se contemplaba un dolor tan profundo y sincero como la lectura de las anotaciones que fue redactando el joven Ignacio en los últimos días de su madre.

Ignacio trazó un paralelismo con el dolor padecido por la pérdida, el dolor que acompañó en su lecho de muerte a su madre con su virgen porque "todos los viernes de dolores puedo ver a mi madre ahí arriba poniendo rosas y rosas y rosas a mi dolor". Y es en ese punto de dolor inexplicable donde las dudas merodean a cualquier ser humano, pero la fe permitió al protagonista de anoche comprender y le dotó de la fuerza necesaria para proclamarse estandarte de la esperanza al negar que la desesperanza es el final.

Fue sin lugar a dudas el momento álgido de la noche, la confesión del sufrimiento de Ignacio arrancó de todos el más fuerte reconocimiento reflejado en una ovación ensordecedora que pudo significo el amor de un pueblo, el clamor de los cofrades y un síntoma de respeto ante Ignacio Liaño.

"Creo en tu santa semana, campanas y campaneros, para que suene un te quiero cuando termina la historia de un amor que es mi memoria si pasan campanilleros" de esta forma Ignacio Liaño daba por concluido su pregón arropado por el calor de los aplausos y vítores de los asistentes antes de proceder a escuchar 'Campanilleros' no sin antes incluir en dicho reconocimiento la presencia de su padre y de su abuelo.

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