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Desde la Bahía

El Cine Salón hoy

El cuento de hadas inicial se disipa. Somos seres pluricelulares y pluriaccionales. Los buenos pueden llegar a ser mejores u óptimos. Los malos, peores

Publicado: 05/05/2024 ·
19:06
· Actualizado: 05/05/2024 · 19:06
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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La memoria es la encargada de recoger los recuerdos. Los recuerdos con los años se diluyen en una especie de nebulosa neuronal y quedan arrinconados en lo más profundo de nuestras circunvoluciones cerebrales. Nos deleita el poder en ocasiones darles superficie y luz a los más agradables y dejar en el hueco involutivo a los enojosos, para que el resentimiento nunca sea flor de primavera.

Había una plaza en San Fernando un solar rectangular conocido como la Plazoleta de la Privadilla. Las calles Juan de Mariana y Vicario (Requetés de España, en mi niñez) la limitaban. Allí se construyó y se inauguró en 1928, un cine, el Cine Salón. No llegó su historia a superar los cuarenta años, es más desde los treinta comenzó a deslizarse por un muy inclinado abismo que acabo soterrándolo y eso a pesar de contar con algo importante en su corta historia, que supe por boca de mi familia-cuyos parientes más lejanos tuvieron un cine aquí en la Isla, el Cine Chamorro-, que había sido el Cinema donde primero se había proyectado en la provincia una película sonora. De pequeño un tío mío, al que quise enormemente, mi tío Manolo, me llevaba a este cine sobre todo a ver películas del Oeste, de cowboys, que los niños pronunciábamos como “combois”. Que ilusión más enorme sentíamos los pequeños, que profunda emoción, cuando montado en caballo blanco, aparecía aquel joven “el muchachito bueno” que iba a acabar con el tirano y sus secuaces - el “malo” y su cuadrilla -que tenían reprimido y envuelto en una amarga existencia, como la verde cáscara a la almendra, a todo un pueblo-. Había tortazos y algún que otro tiro, para todo lo que se moviese, pero “al bueno” no le producían ni un hematoma -decíamos de niño “chichón”-, ni herida y ahora que recuerdo, ni se despeinaba, debía de utilizar una buena marca de laca. Que contento nos íbamos. La película  nos había singularizado el mundo, como la boca el sabor y sólo había que retener en nuestra memoria lo amargo y lo dulce, los malos y lo buenos.

En aquella edad, nuestra alma, limpia de culpa, mostraba su inocencia, su estado de pureza. Las malas e injustas acciones, la maldad cuando veíamos que las eliminaban, nos mostrábamos gozosos. Que simple era nuestro sentido de la vida.

Los años pasan con la suavidad deslizante del reptil y aquella “aguja de simpleza” se pierde en el “pajar de la vida” y, aunque no se pueda negar su existencia, tampoco podemos afirmar que la encontraremos.

Estamos en plena primavera, viviendo la existencia de vientos huracanados, lluvias torrenciales e inundaciones. La nieve ha cambiado sus suaves copos para tomar volumen de “cantos rodados” con sentimientos que rondan su necesidad de hacer daño. Los ríos creen que el salirse de su cauce es adquirir mayor libertad, pero su dañina agua liberada de los límites que tenía señalado, se perderá consumida por el fango que ella misma originó. Las relaciones humanas, bien contagiadas o emulando a la situación climática caminan por un lodazal, en el que la posibilidad de hundirse amenaza su marcha y la vuelta al camino normal, está adquiriendo caracteres de irreversibilidad. La primavera más inteligente y fiel que las personas, siempre acaba imponiendo la pureza de su colorido floral. El ser humano corta las flores y, tras darle beneficio económico, las deja expirar en recipientes de plástico o cristal.

El cuento de hadas inicial se disipa. Somos seres pluricelulares y pluriaccionales. Los buenos pueden llegar a ser mejores u óptimos. Los malos, peores o pésimos. En medio de ello se puede ser limpio de corazón y pacífico o tener corazón de hiena, ser agitador, violento, agresivo u homicida, todo ello regido por el sentido común y la justa reflexión o por emponzoñado resentimiento, la venganza, la envidia o el odio. Somos una mezcla de todo ello y los sentimientos que prevalezcan conformaran nuestro carácter, pero es cierto que la “generación del daño” se ha impuesto, que el insulto es la voz con mayor longitud de onda y que los poderes públicos muestran cada vez mayor tendencia a coartar nuestra libertad, encapsulándonos, amparados por una masa que se encoge de hombros, palmea con sus manos y deposita en las mismas urnas, el mismo voto, del mismo color, que no lo cambian mientras su empecinamiento esté sumergido en la idea de las “dos españas”, de los buenos y de los malos, algo vergonzoso, que algunos líderes pregonan con tinte de axiomas desde el pódium reservado a los buenos y señalando con el dedo pulgar en dirección hacia el suelo, como gran emperador romano, lo que ha de hacerse con los que se le opongan que certeramente tienen que ser los malos. La película sin embargo es la de siempre. Se oprime al pueblo ahora con múltiples decretos/leyes, engañosas apuestas progresistas y dádivas vergonzosas, sin que se vea con claridad si en el horizonte hay un “muchachito bueno” ahora disfrazado de “papeleta del voto” que libere igualándolos a todos los habitantes del pueblo.

Sentí nostalgia y tristeza el día que fui junto a mi mujer a comprar unos muebles y me llevaron al Cine Salón, en aquel tiempo transformado en almacén, para elegirlos. Me alegré posteriormente al conocer su demolición. Es mejor perder la vida, que arrastrar la dignidad por mantener el aliento, hecho al que estamos muy acostumbrados. La vida nos da enorme complejidad, por eso no volveremos a la pureza y la inocencia, pero sí a la decencia que se echa en falta como la hiedra en la tapia de un romántico jardín....

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