Olimpiadas de odio

Publicado: 12/08/2024
Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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Como cantó Martínez Ares en 'La chusma selecta': «Criticamos a los moros pero en nuestra casa estamos llenitos de talibanes»
Los Juegos de París han podido ser mejores o peores en cuanto a organización, medios para disputar las distintas pruebas, resultados deportivos, etc. Pero, si se trata de llamar la atención, copar espacio en los distintos medios de comunicación y agitar avisperos de debate, sin duda han sido de los más exitosos de la Historia. También han sido el mejor escaparate para exponer la ignorancia y ganas de odiar de un gran sector de la sociedad.

Ya la ceremonia de inauguración fue una gran prueba de ello. La polémica generada por la representación de El Festín de los Dioses, confundida por mucha gente con un parodia woke de La Última Cena, sirve como botón de muestra. Primero, como digo, porque el desconocimiento del cuadro expuesto en el Museo de Avignon, que llevó a confundir su referencia con el cuadro pintado por Leonardo, encendió los ánimos de la comunidad cristiana en todo el mundo. Una vez aclarado el asunto, lo lógico sería recular: no obstante, para sustentar su enojo y no quedar como ignorantes en las redes donde lo habían escupido, los ofendiditos se dedicaron a menospreciar el cuadro referido en la ceremonia, por ser menos conocido, y a calificar como basura trans, delirio queer y otras lindezas a lo exhibido en París. Como cantó Martínez Ares en La chusma selecta: «criticamos a los moros pero en nuestra casa estamos llenitos de talibanes».

El caso de Imane Khelif ha sido otra pata para este banco. Su victoria ante la italiana Carini desató ríos (bastante caudalosos) de transfobia hacia una mujer cissexual (esto es, nacida mujer) con un caso de hiperandrogenia. Todas las mujeres segregan testosterona, entre otros andrógenos, por sus ovarios y glándulas suprarrenales. Sin embargo, la hiperandrogenia de Khelif y su aspecto masculinizado abrieron todas las especulaciones sobre su supuesta transexualidad, siendo el chupinazo para que empezasen a correr todo tipo de expertos: los que confunden testosterona con cromosomas XY, los que confunden tener dicha hormona por encima del nivel femenino estándar con tenerla a niveles masculinos, los que te hablan de intersexualidad para comentar una condición endocrina y las TERF, que están en todas partes. Verás cuando se enteren de que una mujer con ovarios poliquísticos produce la misma testosterona que Khelif.

Resumiendo, más pienso para las bestias que hacen del odio su razón de vivir. Parece que vale más ningunear un cuadro que admitir un error y cierto fanatismo religioso; parece que importa más parecer versado, aún demostrando una ignorancia supina, que admitir que te has tragado un bulo sobre el sexo, género y condición de una persona. Da la sensación de que sigue siendo complicado admitir un error pese a que la premisa errónea te haya llevado a vomitar bilis contra personas que, dicho sea de paso, también sienten y padecen como tú. Ha levantado más ampollas el caso Khelif que la participación de un condenado por violar a una niña o la no exlusión de la genocida Israel mientras se presentaba un equipo de refugiados. En fin, que a la hora de expandir odio, somos medalla de oro.

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