Mucho se habla de las circunstancias que en estas semanas se están viviendo en Valencia a causa de la Dana. Los daños son tan tremendos que cada aldea, pueblo y/o ciudad de España está aportando su granito de arena para contribuir en el enorme desastre que ha dejado el temporal a su paso. Allí marché con la ayuda del periodista Manu Suero, con dos furgonetas cargadas de todo aquello cuanto Huelva donó, destacando el Colegio Francés, con uno de los profesores, Alejandro Almansa, a la cabeza, que desbordaron todas nuestras pretensiones.
Tras mi breve experiencia y mis constantes charlas con los afectados ‘in situ’, mi visión al respecto ratificó con creces todo aquello que nos llegaba a través de noticias o redes sociales, que guardaré para mí, pero con matices importantes que pude observar durante el día que pasé en Catarroja, otra de las localidades más afectadas.
Entrar en el pueblo fue toda una odisea, decenas de camiones, furgonetas, coches, así como vehículos especiales de salud, ejército, etc. Dábamos vueltas alrededor del pueblo sin opciones de poder pasar a las zonas más necesitadas, es más, tardamos más de tres horas en poder acceder a las calles ya despejadas, dada la enorme afluencia de gente, que llegaban sin cesar. Los puntos acordados para descargar estaban abarrotados y “no cabía un alfiler”, con una falta de organización impropia para circunstancias de estas características.
No observé ningún tipo de planificación para atender a todo lo que iba llegando, que superaba a los propios voluntarios, desbordados y casi sin aliento. Montañas de ropa, castillos de alimentos estructurados en enormes locales, colegios y/o ayuntamiento o cualquier rincón que se prestase a ello. Había más gente donando que en el propio pueblo, que a estas alturas, solo necesitaban gente para limpiar y ayudar a trasladar los enormes montículos de barro, maleza y materiales arrastrados de las propias viviendas.
Este descontrol dificultaba más que ayudaba, a pesar de esa grandiosa generosidad que estamos viviendo, debiendo ser dosificada en el tiempo, para evitar este desastre organizativo que alguien tendría que estructurar. La ropa ya no la necesitaban y no había sitio para almacenarla, y los millones de toneladas de alimentos se apilaban en cada rincón de dicho pueblo; un trabajo y esfuerzo innecesario en estos momentos. Mano de obra, gente con palas o utensilios de limpieza es lo que estas zonas requieren en estos momentos. España debería parar y esperar la voz de algún responsable directo que fuese marcando las necesidades, evitando así el caos que yo viví tras dos semanas de la dana. Mi admiración por todos aquellos que de una u otra manera están contribuyendo a ayudar a Valencia y hacer de España un país mejor, a pesar de la falta de control.