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Lo que queda del día

De Karla a Katy

Esta sociedad crucifica a una persona por un tuit de hace cinco años, pero sigue aplaudiendo y adorando a futbolistas que han defraudado millones al fisco

Publicado: 08/02/2025 ·
10:57
· Actualizado: 08/02/2025 · 10:57
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  • Karla Sofía Gascón -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Leni Riefenstahl está considerada una de las mejores documentalistas de la historia del cine. Suyas son dos obras con las que sobresalió por el magistral uso de la técnica y estética cinematográficas, como hasta entonces nadie lo había logrado. Esas películas llevan por título El triunfo de la voluntad y Olympia, rodadas en 1934 y en 1936, respectivamente. La primera recoge el congreso del partido nacionalsocialista celebrado en Núremberg. Fue un encargo personal de Adolf Hitler y está considerada como la mejor película propagandística del siglo XX -la vieron 20 millones de personas en Alemania-. La segunda aborda la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín y fue financiada por el régimen nazi con el objetivo de dar a conocer al mundo el poderío alemán. A Riefenstahl, que no murió hasta 2003, le persiguió toda la vida su vínculo con el nazismo, pero eso no ha impedido que se la reconozca como una de las creadoras más innovadoras desde que se inventó el cine.  

¿Si la directora de cine alemana hubiese ganado entonces un Óscar por alguna de esas dos películas habría que retirarle el premio a posteriori? La pregunta no tiene mucho sentido, aunque la respuesta correcta es no. En todo caso, lo que parece evidente es que la hipótesis se mantiene cercana a los postulados de la creciente cultura de la cancelación, que no deja de ser una forma de ejercer la censura a partir de determinados códigos que, curiosamente, no tienen en cuenta la calidad de una obra, sino la dudosa moralidad de su autor.

La última víctima de esta nueva “caza de brujas” se llama Karla Sofía Gascón -leía esta semana en Abc algo así como que “hay que ser muy hijo de puta para dedicar un puñado de horas a revisar el histórico de mensajes de Twiter en busca de un desliz que te arruine la vida por el mero hecho de arruinártela”-. La actriz trans española ha sido nominada al Óscar a la mejor actriz por su papel en Emilia Pérez y lleva una semana sometida a la humillación pública por una serie de mensajes racistas y algo miserables que dejó escritos hace varios años, así como por la campaña emprendida en su contra para que sea despojada de la candidatura o no sea tenida en cuenta en las votaciones.


Lo curioso es que en buena parte de los artículos que he seguido sobre el tema, sus autores reconocen no haber visto la película, y terminan hablando de los excesos verbales de la actriz, pero no de los méritos que la llevaron a ser nominada: Emilia Pérez es una gran película y mejor musical. De sus tres protagonistas femeninas, la mejor es Zoe Saldana, pero entiendo el reconocimiento a Karla Sofía, a la que se evalúa como actriz, no como incorregible deslenguada en su vida diaria, y eso es lo que deberían seguir teniendo en cuenta los académicos que aún deben emitir su voto.

En el reverso de esta situación, porque además parece recorrer el camino inverso, podemos situar el caso de Katy Barber -¿será que lo de la K ayuda a distinguir?-. Ella es la directora de ese simulacro de agrupación que se ha presentado esta semana en el Teatro Falla bajo la modalidad de chirigota y a la que el público -el respetable- abucheó por su impresentable puesta en escena hasta el punto de reclamar que le bajasen el telón.

Como no les bastaron los 15 minutos de infamia, que no de gloria, han gozado de cierto crédito en determinados foros y altavoces que les han seguido el juego para atacar a Cádiz y al concurso por atentar contra la libertad de expresión (!), como si el objetivo del patio de butacas fuese impedir que se escucharan sus letras y no exteriorizar el bochorno y la vergüenza ante semejante mamarracho. Lo que hizo el público fue posicionarse ante la nula calidad artística de una formación deshonrosa, no censurarla por sus letras.

Al menos en Cádiz se sabe diferenciar una cosa de la otra. Sirva de precedente, aunque no sirva para nada, ¿o acaso cabe esperar algo razonable de una sociedad capaz de crucificar a una persona por un tuit de hace cinco años y de seguir aplaudiendo y adorando a futbolistas que han defraudado millones de euros al fisco?

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