A lo largo de la mañana de este Miércoles Santo, los nuevos ministros, al tomar posesión de sus cargos, han expresado sus propósitos y buenas intenciones. Sin duda, el momento más emotivo y que más expectación despertaba, era la sucesión de Pedro Solbes, quien venía a dar fin a sus más de cuarenta años de vida pública, como funcionario siempre ejemplar sobre quien muy a menudo han recaído importantes responsabilidades. Queda mucho por hacer, ha sido la reflexión última de Pedro Solbes, sucedido por una mujer que también tiene ya larga trayectoria de servicios al Estado, pero a quien no se atribuye, como a su antecesor, la condición de “profesor” y “maestro” poco discutible en la dirección de la economía.
Elena Salgado merece atenciones amplias, bien es cierto, por su dureza, su exigencia, sus dotes de organización y mando, pero deberá demostrar que se impregna pronto de las exigencias que le impone su nueva condición y el tiempo para el que ha sido designada. Probablemente le ha correspondido la tarea más difícil, y ni siquiera tendrá el beneficio de la duda por parte de quienes ya de antemano habían suspendido a este “nuevo Gobierno”, no precisamente “de penenes”, sino de políticos muchas veces muy curtidos en sus tareas anteriores. Los veinte años de Chaves en la presidencia de Andalucía, la resistencia del “látigo” José Blanco, el “rector de rectores” que ha sido Gabilondo..., por lo menos se supone que aportan abundante experiencia y capacidad de encaje en tiempos severos.
Pues bien, después de esas primeras manifestaciones de intenciones, este gobierno renovado deberá dar imagen, sensación y efectos de que funciona y hace cosas, algo que no siempre consiguieron los anteriores ocupantes de carteras ministeriales. Por ejemplo, y empezando por Gabilondo, no se le ha escapado, en su primera intervención ministerial, que “ya le quema” el “asunto Bolonia”, que tiene enardecidos a muchos universitarios de ahora y de los años siguientes. El ex rector conoce bien esta materia, y deberá explicarnos a todos lo que supone y lo que algunos intentan convencernos que también supone...
A González Sinde no debiera resultarle demasiado difícil mejorar a un César Antonio Molina de quien nadie llegó a saber qué ocupaciones desempeñaba, y que posiblemente pasó por el Gobierno “sin romperlo ni mancharlo”. De Trinidad Jiménez también se espera que ponga en marcha la que se nos anunció como “ley decisiva” y pilar del Estado de “bienestar”, la Ley de Dependencia. Todos reconocimos en Bernat Soria a un “sabio”, pero no llegamos a ver la eficacia de su gestión.
José Blanco también hace un cambio trascendente en su vida: de flagelar al adversario pasa a gestionar la cartera de las infraestructuras, que a no pocos antecesores ha enterrado en vida, incapaces de controlar un “Ministerio tan grande” y con tan numerosas y variadas competencias... ¿Será capaz Chaves de coordinar las autonomías y de cerrar el episodio carísimo de su financiación, particularmente en Cataluña?.
Como se ve, a ninguno ha de faltarles tarea, y en particular a Elena Salgado, la nueva vicepresidenta segunda, que deberá suponer un cambio sustancial con relación a su “maestro antecesor”. No lo tienen fácil, pero tampoco llegan “para situaciones de estreno”. Su amplia experiencia anterior los avala y debiera garantizar su eficacia.