A más de uno lo mandaba yo a criar a una isla desierta. Y esto viene a cuento de que una treintena de buitres leonados han sido seleccionados para viajar desde Madrid hasta Reggio Calabria, en la punta de la bota de la península de Itálica, y desde allí las aves se desplazarán en barco para cruzar el estrecho de Mesina hasta Sicilia. Los envían para que se reproduzcan y vuelva a renacer allí la especie que, en los años 60, desapareció. Es este un proyecto que nació en Madrid en 2003 y que, visto los resultados de la reproducción, seguirían apoyando con esfuerzo que el buitre leonado retome su hábitat en la isla italiana.
Y mientras leía yo el lunes esta noticia en un periódico me pregunté a cuántos buitres de este país metería yo en un barco y los enviaba a criar adonde su sangre estuviera extinta. Pero luego lo pensé dos veces. Porque es una triste guasa que adonde quiera que los enviase, la paz dejaría de existir. Eso iba a ser lo malo. Que con tal de quitarme, o quitarnos, de encima una caterva mamarracha, íbamos a joder a los de aquel lugar de la Tierra. Quizá lo más acertado fuese enjaularlos en un zoológico, para que los visitantes les hicieran fotos, pero tampoco lo tendría claro. Y es que ello conlleva un gasto de mantenimiento de la jaula, la comida diaria, los cuidados veterinarios (porque de medicina para humanos nada de nada), la limpieza y las desinfecciones… De todos modos, me detuve en una página web y busqué el que sería el mejor lugar para enviar a mi seleccionada panda de buitres de este país y hallé uno muy particular. La pega viene cuando leo que es un viaje caro, y muy peligroso. Me detuve, ni más ni menos, que en el lugar más remoto del planeta.
Es el extenso valle de Tari, perdido entre las montañas de Papúa Nueva Guinea. Es la tierra de los huli, de los que se dice llegaron hace 40.000 mil años desde el Sudeste asiático. Todavía se preserva allí la vida indígena en estado puro. Las mujeres, por ejemplo, llevan la cara pintada de negro en señal de luto por enviudar, y de sus collares van arrojando cada día una cuenta hasta que la última les autoriza a volver a contraer un nuevo matrimonio. Los huli llevan collares, faldas de vegetales y plumas en la cabeza. Por eso creo que muchos de nuestros políticos (perdón, buitres) iban a estar allí entretenidos y compartiendo su sangre con la de aquellas tierras milenarias. Es frecuente, además, ver a los hulis con sus arcos de palmera negra colgando de la espalda y las flechas de huesos adosadas a la cintura atadas con palma. Los huli compran a las tribus ribereñas la madera para sus arcos a cambio de pintura de arcilla y sal, producto que obtienen quemando troncos que han estado previamente sumergidos en ciertos ríos, acumulando cristales de sodio. En ocasiones especiales los huli llevan sobre sus cabezas pelucas negras de pelo muy rizado. Se cree, por otro lado, que el relativo reciente descubrimiento de estas tribus indígenas ha dejado demostrado que la navegación, por citar un ejemplo, comenzó mucho antes de lo que se pensaba y que la agricultura no es originaria de Mesopotamia sino que se inició allí, en el valle de Tari.
Imagino a Chaves negando con rotundidad el asunto y diciendo que fue en Andalucía luego de su vigésimo quinta modernización cuando se creó la agricultura. O a Rajoy argumentando que fueron los gallegos los primeros navegantes. Allí, como decía, iban a estar entretenidos algunos. Los banqueros, algunos empresarios chupasangre… Lo malo es que las telecomunicaciones no llegan hasta allí, y no sé yo cómo se las iban a apañar para estar comunicados con el mundo moderno. De todos modos de poco les iba a valer. En aquellas tierras no se hacen campañas europeas ni nacionales ni locales. Si quisieran gobernar en esas lejanías se iban a tener que conformar con el típico tam tam y las pitadas con caracolas para convocar a la peña. Porque yo creo que, aun siendo llevados allí para que la especie no se pierda y se extienda por el territorio, la venilla de la política no la iban a abandonar. Cuando se es buitre se es para los restos. Esa es la pena. Así que, luego de escrutar datos por aquí y por allá, decidí que no. Que se queden aquí y que dejen en paz a los huli. Ellos no tienen culpa de que, a este otro lado de la civilización, estemos deseando quitárnoslo de encima.