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Sin bastón

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Se acabaron las dulces y desvalidas ancianitas, ésas de la sonrisa perenne y el gesto amable, ésas que se ofrecen para quedarse con los niños, te besan en la escalera cuando te cruzas con ellas y siempre te esperan para subir juntas en el ascensor. Las nuevas abuelitas son vengativas, seres sin escrúpulos, kamikaces que esconden un punzón en su eterna chaqueta y que usan el bastón para apoyarse más firmemente mientras rayan inmisericordes y con el disimulo de un experimentado carterista filas y filas de coches. No se fíen de ellas, no tienen piedad. Y no le quiten ojo a las que tengan más a mano, porque las más mortíferas, para los coches, claro, son las nacionales, con las catalanas a la cabeza, a las que no les importa reincidir una y otra vez sobre el vehículo ya herido hasta terminar su trabajo. Son verdaderas profesionales, acostumbradas al trabajo duro toda su vida. Todavía se está investigando si pertenecen a algún tipo de secta o de mafia, a alguna nueva logia, cuyo rito de iniciación tendría algo que ver con el daño a la propiedad ajena, pero las autoridades no descansan,…

Bromas aparte, la mayoría de los españoles nos hemos quedado sobrecogidos por la imagen de esa truhana de avanzada edad cargándose sin miramientos la pintura de unos cuantos coches, difundida en todas las televisiones hace unos días con evidente carga lúdica. Ese shock se debe, claro, a que estamos acostumbrados a que sean otros colectivos los protagonistas de gamberradas, actos vandálicos o violencia. Las abuelas tienen a nuestros ojos ese cierto halo de inocencia que las preserva de suposiciones malévolas -aunque no olvidemos que la mayoría de las abuelas o ancianitas son también suegras, y eso ya es otro cantar-, y que las relega al dulce espacio de seres comprensivos y serviciales con el único horizonte de seguir sirviendo y haciendo la vida más fácil a los hijos solteros que aún le llevan a lavar la ropa o a las hijas de cuyos niños cuidan sin más sueldo que el de una sonrisa, con mucha suerte. Así que con todos mis respetos, viva las abuelas peleonas. Y si tiene una a mano, achúchela un poco mientras pueda.

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