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Jerez

La epopeya del conquistador y aventurero Cabeza de Vaca

La Biblioteca Castro recupera las dos grandes crónicas de viajes del aventurero jerezano en el siglo de oro en el continente americano

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  • La estatua dedicada en Jerez a Cabeza de Vaca -

Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació a finales del siglo XV en el seno de dos poderosas familias jerezanas, aunque pronto quedó huérfano y pasó su juventud en Sevilla al amparo del duque de Medina-Sidonia. Hay constancia de su posterior participación tanto en la guerra de África como en las campañas italianas, y sería tras su regreso a la Península cuando su vida experimentaría el giro definitivo. Ocurrió tras contraer matrimonio con María de Marmolejo, “una mujer de la burguesía sevillana venida a menos. Apremiado por la necesidad y el modelo de otros hidalgos pobres, Álvar Núñez decidió probar fortuna embarcándose a las Indias”. Lo anticipa así la Biblioteca Castro en el preludio a la nueva edición dedicada a las obras escritas por el celebrado aventurero-héroe-conquistador jerezano, Naufragios y Comentarios -ambas incluidas en el mismo libro-, en las que relata sus experiencias en La Florida y el Río de la Plata, separadas ambas por diez años.

De las fechas precisas de la vida y la muerte de Álvar Núñez Cabeza de Vaca se sabe poco. Debió nacer en Jerez entre los años 1481 y 1488 y probablemente murió en 1559, año en que su esposa, María Marmolejo, se declaró viuda. De lo que sí se puede dar fe es de que legó para la posteridad estas dos grandes crónicas del XVI.

La primera, los Naufragios, cuenta la asombrosa -y fracasada- expedición de Cabeza de Vaca entre la Florida (hoy sur de Estados Unidos) y Tenochtitlán (entonces capital del imperio mexica). La segunda, los Comentarios, narra la odisea del jerezano hasta llegar a la Asunción del Paraguay para hacerse con la gobernación del Río de la Plata.

Aunque fue Juan Ponce de León quien descubrió en 1513 aquella tierra que llamó Florida, le tocó a Pánfilo Narváez intentar su colonización a partir de 1528. Con él viajó el tesorero y alguacil Álvar Núñez Cabeza de Vaca. “Partieron de Sanlúcar de Barrameda con 5 naves y unos 600 hombres el 17 de julio de 1527 -describe la presentación de Biblioteca Castro-, pero ya en Cuba 140 hombres huyeron y un huracán les dejó con bastantes pérdidas humanas y materiales. Consiguieron poner pie en la Florida el 12 de abril de 1528, aunque Cabeza de Vaca se opuso a la temeraria decisión de internarse con la tropa en esta tierra inhóspita y abandonar las naves. Desastre previsible que les llevó a sufrir mil infortunios, derivados de las enfermedades y del cautiverio al que les sometieron los indios. Sólo escaparon cuatro hombres, entre ellos, el joven Álvar, que, como relata el profesor Juan Gil, de la Real Academia Española, americanista y catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, en su extensa introducción al libro, emprenden “una caminata épica de casi nueve años, para recorrer desde la isla de Mal Hado (Galveston Texas) a la Nueva Galicia (Nueva España)”.

Álvar Núñez describe “las costumbres de los indios, el babel de lenguas”, o cómo los españoles andaban desnudos sin pudor alguno y cómo, “a la manera de las serpientes”, mudaban “los cueros dos veces al año”. Él mismo se encargó de proteger a los indios hasta que se cruzó con el capitán Diego de Alcaraz, un esclavista que aprisionaba a los nativos y dejó a Cabeza de Vaca “en una extraña posición, donde ya no es reconocido como español ni por los indios ni por sus propios compatriotas”.

Tras su regreso a España, en 1537, volvería a partir en 1541 hacia el Río de la Plata con la intención de poblar una tierra que se había resistido a sus predecesores. “La flotilla se hizo a la vela en la bahía de Cádiz el 2 de diciembre de 1540 y llegó a Santa Catalina (Brasil) el 29 de marzo de 1541”. El escribano de sus Comentarios, Pedro Hernández, narra cómo, tras llegar a Brasil, los expedicionarios “se abren paso por la selva virgen a golpe de machete, construyen puentes y transportan canoas por tierra para sortear las imponentes cataratas del Iguazú”. Serían los primeros españoles en ver una de las siete maravillas naturales del mundo.

“El destino se le torció a Cabeza de Vaca cuando los habitantes de la Asunción, acostumbrados al amancebamiento con las nativas y a hacer su santa voluntad sin norma alguna, se vieron obligados por el gobernador a acatar medidas proteccionistas para con los indígenas, amén de otros roces para meter en cintura a los colonos, que terminaron por desembocar en una sublevación abierta”.

Así que los adormilados españoles despertaron de la siesta levantiscos y encarcelaron al pobre gobernador. Tras un año entre rejas, regresó a Cádiz en 1545, “herido en lo más profundo de su orgullo y, de nuevo, con las ilusiones deshechas”. Tampoco el Consejo de Indias le dio la razón, lo que le llevó en 1546 a la prisión para ir ampliando en los meses sucesivos su libertad de movimientos en la corte, aunque algunos como Fernández de Oviedo nos lo retratan como “pobre y fatigado”.

A Álvar Núñez Cabeza de Vaca se le puede aplicar la expresión con la que el gran escritor mexicano Octavio Paz describió a Hernán Cortes: “Fue un hombre extraordinario. Un héroe en el antiguo sentido de la palabra. No es fácil amarlo pero es imposible no admirarlo”.

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