Hace no más de un mes estaba inmerso en el presupuesto del despacho proyectado a 2021, cuando fui a echarle un vistazo a los generales del Estado presentados a principios de noviembre. Es realmente aterrador adentrarse en estos, sobre todo pensar en las graves consecuencias que pueden tener para todos nosotros la distopía de gasto que representan.
Este gobierno está planteando una confrontación entre sector privado y público, en vez de apoyar a las empresas para poder recoger parte de su progresión y así aumentar los servicios sociales, lo que va a hacer es exprimirlas hasta el punto de que muchas de ellas dejen de ser rentables y por consiguiente cierren, lo que conlleva un mayor gasto público, un circulo vicioso en toda regla.
La tormenta perfecta podría ser el título de la película, que sería sin duda un thriller de terror, en la que todo empresario que ha puesto su capital, vida, esfuerzo e ilusiones ve cómo encima de que este año ha tenido que afrontar una pandemia mundial y el cierre parcial de su negocio en menor o mayor medida, tiene que sustentar a una administración voraz, que no hace prisioneros y que contradictoriamente se llama ‘el gobierno del pueblo’.
Siempre he pensado que no hay una mayor distribución de la riqueza que el pleno empleo, que en ese escenario del mercado laboral no haría falta ni salarios mínimos, ni cotizaciones sociales ni muchos de los derechos laborales que hoy están impuestos ya que serían las mismas empresas las que los darían para así convencer a los empleados de que permanezcan trabajando con ellos.
Lamentablemente, el sistema se pervirtió, y actualmente los derechos laborales sirven para que haya empresas que no sean capaces de ser competitivas en un mercado global ya que el margen de maniobra que les dejan es mínimo. Todo esto favorece a las grandes multinacionales que debido a su estructura cuentan con unos márgenes superiores y pueden permitirse estas subidas en los gravámenes, sobre todo cuando encima le están eliminando parte de la competencia.
Encima todo esto se hace a sabiendas, ya que en la actualidad con la capacidad de análisis que nos han dado las nuevas tecnologías es imposible que un administrador no pueda prever las consecuencias de sus decisiones. El futuro dirá, pero la irresponsabilidad de algunos, la acabaremos pagando todos, no lo duden.
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