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Navidad 2009, incertidumbres y esperanzas

Queridos lectores en las últimas semanas coincidentes con el Adviento 2009, les he estado escribiendo sobre la necesidad de forjar un nuevo humanismo para la nueva era que hemos inaugurado en este siglo XXI con los inusitados avances de una tecnología y una ciencia nunca antes vistos.

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Queridos lectores en las últimas semanas coincidentes con el Adviento 2009, les he estado escribiendo sobre la necesidad de forjar un nuevo humanismo para la nueva era que hemos inaugurado en este siglo XXI con los inusitados avances de una tecnología y una ciencia nunca antes vistos.
Es como si los escritores de ciencia ficción se hubieran quedado retrasados en el tiempo y en sus premoniciones. Hay personas que consideran que ya todo es posible, incluso la manipulación de la vida y de la creación, sin tener en cuenta que la desmedida ejercitación de esa ciencia y esa tecnología puestas al servicio de un consumo que ya excede las posibilidades de recursos de que dispone nuestro planeta, es causa del inicio de la destrucción de lo que nos rodea y quizás el fin de los tiempos, por lo menos de nuestros tiempos. Creo que no soy catastrofista, sino realista y lamentablemente cuando me acerco a estos temas, no puedo dejar de considerar esas cuestiones que no son ni mucho menos exclusivas de mi razonamiento, porque se fundamentan en las señales que ya nos planea la propia naturaleza y expresan el pensamiento de millones y millones de personas. En esta oportunidad no voy a continuar con la serie sobre la necesidad de un nuevo humanismo, quizás la retome de nuevo próximamente para culminarla, porque hoy quiero escribirles sobre la Navidad 2009 en medio de la cual nos encontramos. Hace ya algunos años, más de 10, que no dejo de escribirles sobre la Navidad y su significado. Lo hago en virtud de mi pensamiento y de mis convicciones cristianas, pasando muy por encima del medio en que me encuentro insertado que externamente está despojado de ese ambiente y de esta alegría que en la inmensa mayoría de los países del mundo caracteriza la época. A mi alrededor no percibo los trajines navideños, que desde el punto de vista de las más ancestrales tradiciones cubanas, se resumían en la preparación de la noche buena del 24 de diciembre que congregaba a la familia para cenar juntos y alegrarse por una fecha que para todos era de profunda significación, incluso para los que no la referían al significado cristiano que tiene la conmemoración del nacimiento del niño, hombre y Dios, que marcó una nueva y decisiva etapa en la historia de la humanidad caracterizada por el amor sin límites que lo puede todo. La Navidad más allá del consumismo pagano con que muchos la identifican, es momento de encuentro y de alegría en el corazón, de paz y de amor. No puedo escribirles de otra forma, aunque quisiera hacerlo, porque sería publicar una crónica que no expresa la realidad que percibe el cronista a su alrededor. Identifico incertidumbres por la vida y el planeta, cansancio y desesperanza. Eso no es bueno para ninguna sociedad y deberíamos sobreponernos por encima de esas angustias que pujan por embargarnos, incluso las propias de la lejanía que la emigración nos plantea a una gran mayoría de las familias cubanas, para hacer un alto en el tiempo y regocijarnos porque vamos a conmemorar el nacimiento de una luz de paz y amor para todos. Es la alegría de tener con nosotros al Señor de todos los tiempos, camino, verdad y vida. Cuando se piensa profundamente en la soledad y la pobreza de Belén de Judá que solo le pudo ofrecer un establo con pajas y frío, es realmente un ánimo y una esperanza de que podemos lograr un futuro mejor, de que podremos salir adelante y de que al final de los tiempos está Dios en la Casa con habitaciones para todos, que no se acabará. Feliz Navidad 2009.

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