Antes de que
David Serrano debutara en la dirección con la más que aceptable
Días de fútbol, su nombre ya había sobresalido como guionista en los créditos de
El otro lado de la cama. Aquella comedia musical que compaginaba diálogos y enredos inspiradísimos con celebradas canciones del pop rock nacional, justifica por sí sola su elección para el encargo de
Voy a pasármelo bien, que reivindica idénticas formas -el musical que toma prestada canciones ajenas para incorporarlas a la trama principal-, pero bajo un nuevo fondo: establecer el vínculo emocional entre dos generaciones diferentes para subrayar el valor de la amistad y los recuerdos de la adolescencia, que, en este caso, se convierten en todo un alegato nostálgico de los últimos años 80 a través de los escenarios de una ciudad de provincias y las canciones de los
Hombres G, que son las que ponen banda sonora a los estados de ánimo de sus jovencísimos protagonistas.
Estamos, tampoco conviene olvidarlo, ante un producto de laboratorio de marcado carácter familiar, como siguiendo las consignas de Santiago Segura -llevar a padres e hijos al cine, porque siempre venderás más entradas-, pero en el que la ausencia de riesgos -más argumentales que narrativos- queda suplida con una atractiva evolución en paralelo de la historia: la de un grupo de amigos durante el curso de octavo de EGB y su reencuentro tres décadas después para rememorar los buenos viejos tiempos y cerrar algunos capítulos de lo ocurrido entonces, con la virtud de conceder la misma importancia a la evolución de ambas tramas y, más aún, de saber mirar de distinta forma a una y a otra para encontrar el tono adecuado en cada momento, ya sea el reino de los últimos años de la infancia o el difícil camino hacia la madurez, esa gran incomprendida cuando se trata del corazón.
Al acierto en el enfoque, que subraya su condición como musical a partir siempre de coreografías corales -algunas más acertadas que otras-, contribuye asimismo el del casting: sus adolescentes protagonistas rebosan naturalidad, superconcentrada en el caso del pequeño
Rodrigo Gibaja, y encuentran su emotivo eco en
Raúl Arévalo, Karla Souza y Dani Rovira. Le sobra azúcar e inverosimilitud en algunos detalles, pero no deja de ser honesta y sincera con sus reales intenciones.