La extraordinaria serie
The wire estaba plagada de personajes memorables. Uno de ellos era
Stringer Bell, el narcotraficante convencido de que con una correcta formación empresarial podría convertir en imperio lo que no pasaba de menudeo a gran escala por las calles de Baltimore. Aquel personaje alcanzaba las necesarias dosis de fondo, sustancia y complejidad dramáticas gracias a un tipo llamado
Idris Elba al que pronto le llegaron las ofertas de Hollywood.
De origen británico, y siempre en las quinielas para encarnar al primer
James Bond negro, desde 2010 ha liderado durante cinco temporadas una serie policiaca de la
BBC con la que ha llegado a lograr el
Globo de Oro. Se llama
Luther y no he tenido la oportunidad de descubrirla, aunque pocas ganas quedan después de su transformación en largometraje, aunque no deja de ser un capítulo de dos horas de duración con más medios y planteado en forma de epílogo o gran episodio final para rematar la trayectoria del protagonista, un inspector británico que se gasta muy malas pulgas para resolver sus casos, pero de una sagacidad digna de Sherlock Holmes a partir de unos guionistas que juegan a las trampas para poder avanzar en la trama.
Un Sherlock pero con el perfil físico del 007 encarnado por Daniel Craig, sobre el que pesan algunos guiños, así como la incorporación de un peculiar antagonista, al que da vida -aquí sin retoque digital-
Andy Serkis (el Gollum de El señor de los anillos o el chimpancé de El origen del planeta del planeta de los simios),
más próximo a los villanos de Austin Powers que a los de la mítica saga del agente del MI6.
Porque, en realidad, ése es el tono de la versión largo de este
Luther dirigido por el debutante
Jamie Payne con guion de su creador original,
Neil Cross: una especie de capricho insostenible, mal contado y carente de verosimilitud, sobre todo en lo que atañe al personaje de Serkis, un tipo con aires de megalómano, pero sin que haya una explicación en torno a la fortuna bajo la que levanta sus excesos, o al menos en virtud del origen de su inquina, y sin que tampoco se entienda -lo reconoce una de sus víctimas- el alcance de sus amenazas. Mientras tanto,
Idris Elba va dando vueltas y golpes por todo Londres tratando de convencernos de lo malo que es vivir bajo el control de internet y las redes sociales.